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Llamamos a todos y a todas no a soñar, sino a algo más simple y definitivo, los llamamos a despertar. - Sup Marcos (1/enero/1999)

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“Porque en el fondo, uno ama al mundo a partir de la certeza que este mundo, triste mundo convertido en campo de concentración, contiene otro mundo posible. O sea, que el horror está embarazado de maravilla.” -Eduardo Galeano

domingo, 24 de febrero de 2008

Neoliberalismo y pueblos indígenas en México. Nada nuevo....

Los pueblos indígenas: ecocidas y obstáculo para el progreso


Heredero de la modernidad, el gobierno de Calderón sigue considerando a los pueblos indígenas como un obstáculo para el progreso del Estado Mexicano. En los hechos, el gobierno no esconde su ignorancia y desprecio hacia los pueblos originarios. Ahora, en el marco de la cuarta guerra mundial -ésta en que el poder hegemónico neoliberal busca apoderarse de todo territorio con recursos naturales explotables y quien no vea las bondades de este proyecto será el enemigo a vencer - el discurso contra los indígenas se viste de cordero (parloteando pretensiones fundamentalistas de conservación, las bondades del ecoturismo, el fin de la exclusión a través de carreteras e infraestrucutra....... bla, bla, bla).

En su momento, fiel a las ideologías neoliberales, Calderón afirmó que la causa del deterioro ambiental en México es causado por los millones de pobres que amenazan a la naturaleza (La Jornada, 24 de abril de 2007). Los pobres, especialmente indígenas, son los ecocidas que están llevando al mundo a un punto sin retorno. Los pobres y los indígenas son los culpables. Las víctimas son los culpables, el mundo al revés.

Sr. Calderón, ¿quienes son los dueños de las "empresas petroleras, constructoras, farmacéuticas, bioenergéticas, turísticas, extractoras de agua y de madera"? ¿Los indígenas? ¿Quiénes son los responsables de la gran tragedia ambiental que es Cancún? ¿Los descendientes de los antiguos mayas habitantes de esos territorios, o los consorcios hoteleros trasnacionales o los gobiernos corruptos y cómplices que permiten el despojo de playas y la explotación de los recursos? ¿Quiénes son los culpables de la extracción sin medida de agua en la zona de San Cristóbal de las Casas? ¿Los indígenas zapatistas que protegen el Cerro de Huitepec o la Coca-Cola que extrae millones de litros de ese acuífero amparado por la concesión hecha por los gobiernos neoliberales perredistas? ¿Quiénes son los culpables? Miles y miles son los ejemplos al respecto.

Además del fundamentalismo conservacionista, el gobierno neoliberal sigue empleando los viejos discursos paternalistas de "las bondades de la modernidad" para desalojar territorios indígenas y "sacarlos de la marginación y atraso a los que su cultura primitiva los condena". A pesar de los años el discurso no cambia. "Miren, la carretera les acercará los servicios de salud, los sacará de la marginación. Si están enfermos y no pueden llegar a los hospitales, ¿de qué les sirven sus territorios sagrados que desaparecerán bajo el asfalto y los automóviles?". Así como las carreteras, las presas hidroeléctricas son otro caballito de batalla del gobierno. La Parota es un otro ejemplo paradigmático. Inundará decenas de comunidades indígenas de Guerrero (que por supuesto no cuentan son servicio de luz) para cubrir la demanda de energía de... ¡los hoteleros de Acapulco!!!!.....


La Jornada de hoy (domingo, 24-feb.-2008) muestra la clara relación entre el racista gobierno neoliberal mexicano y los pueblos indígenas que históricamente han habitado este territorio.

Nada nuevo....


Buscan imponer carretera en territorio wixarika


El pueblo wixarika (huichol) está en pie de lucha. El gobierno busca imponer una carretera a través de sus territorios, que además asfaltará algunos lugares sagrados, creará una frontera en medio del pueblo y, por supuesto, no traerá ningún beneficio para los wixarika. El proyecto no responde a ninguna necesidad de las comunidades, nadie la ha solicitado al gobierno. Pero para el papá gobierno es lo más natural que una carretera sea bien aceptada. Repiten el discurso aprendido en las universidades extranjeras. El camino del progreso está pavimentado, el subdesarrollo atraviesa el monte a pie.

A las comunidades les dicen: "para que lleguen más rápido en los hospitales". Los huicholes responden: "nuestros últimos enfermos no han muerto en los caminos, sino en las puertas de los hospitales que no nos atienden por ser indios". La CDI dice: "la carretera va a traer proyectos ecoturísticos". La respuesta es: "no queremos turistas en nuestras celebraciones y sitios sagrados". Les dicen: "es puro beneficio sin mal. Podrán comercializar sus productos, acceder a las ciudades, habrá beneficios económicos, podrán explotar sus recursos". La asamblea responde: "el beneficio no es para la comunidad, sino para el concesionario de la carretera, de las gasolineras. Nosotros tendremos que pagar peaje para recorrer nuestros territorios."

Los pueblos hablan: "no de explotar, sino de cuidar; no de los beneficios económicos, sino de las tradiciones sagradas; no de trabajo asalariado, sino de la vida en libertad".

Para imponer sus proyectos el gobierno utiliza los mismos métodos que hace años: extorsión, compra de voluntades, falsificación de firmas de autoridades comunales, engaños, policías, helicópteros y amenazas de desalojo violento. El gobierno se radicaliza por imponer su única visión de mundo, las comunidades se radicalizan por defender sus derechos a ser diferentes.


El PPP en Chiapas.


Durante el sexenio actual, en Chiapas se han impuesto proyectos carreteros por todos lados. Nadie en el gobierno lo menciona. Es la palabra prohibida. Silenciosamente el Plan Puebla Panamá va tendiendo sus caminos en el sureste mexicano. De Palenque a San Cristóbal, de Tuxtla a Arriaga, de Comitán a Palenque, el paisaje chiapaneco ha sido modificado, "modernizado". Las concesiones de estas carreteras con gasolineras incluidas, por supuesto que todas están en manos de la iniciativa privada (que privatiza las ganancias y socializa las pérdidas, por lo tanto el mantenimiento y las grúas de la carretera quedan en manos del gobierno). Pero no de cualquier IP, sino en la corporación de la familia del chico superpoderoso: el secretario de gobernación. Inimaginable para las mentes neoliberales la posibilidad de que las comunidades pudieran ser las concesionarias de alguna gasolinera, como lo ha solicitado por años la comunidad de Oxchuc.


Con las carreteras llegan los proyectos ecoturísticos. Ecoturísmo sí, indígenas no. En su fundamentalismo conservacionista, la televisión repite y repite spots donde se hace creer que la mejor manera de conservar la naturaleza es a través de los proyectos ecoturísticos, porque como dijo Calderón, los pobres son ecocidas.


Y para evitar el ecocidio, los gobiernos desalojan a las comunidades bajo el lema del conservacionismo a ultranza. ¿Qué mejor manera de hacerse de los territorios indígenas sino diciendo que es para un área natural protegida?

Por supuesto, si un indio ciego no alcanza a ver las bondades de recibir las propinas por cargar maletas, el gobierno tiene un plan B: mígrale. Si no te parece, camínale para el norte, rífatela en el desierto y mándame dinero por electra. Es un negocio redondo para el gobierno: arranco a los feos y sucios de su territorio y ellos mandan dinero para que pueda limpiar mis estadísticas de desarrollo humano.


Cuando el plan A y el B fallan, entonces siempre quedan los paramilitares, la policía, el ejército, los desalojos, las desapariciones. Todo el paquete lleva el nombre eufemístico de "guerra de baja intensidad". Para los indígenas hay de tres sopas: "se chingan, se largan o se mueren -de gastritis o de suicidio con tres tiros por la espalda-".

La Declaración de las Naciones Unidas para los Derechos de los Pueblos Indígenas: por el arco del triunfo.

En octubre del año pasado fue aprobada la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas. Este documento, a pesar de ser no vinculante, avanza bastante en el reconocimiento de los derechos de los pueblos originarios. Además de reconocer los derechos culturales: lengua, religión, vestido, fiestas, educación, salud, celebraciones, la declaración avanza a terrenos políticos importantes.

En mi opinión, lo más destacado de la declaración es que se reconoce el derecho de los pueblos indígenas a la autonomía en su territorio, así como a la posibilidad de tomar decisiones sobre sus recursos naturales. También establece que para cualquier desalojo o proyecto en territorio indígena los gobiernos deben de hacer consultas públicas, libres, bien informadas y sin presiones, además de respetar la decisión tomada por los pueblos a través de los medios que mejor consideren.

México firmó la declaración, pero se reservó los artículos relativos a territorios, autonomías y recursos naturales. ¿Casualidad? Por supuesto que no. Fiel a su tradición racista y excluyente, el gobierno de México no acepta la posibilidad de que los pueblos indígenas puedan tomas sus propias decisiones acerca de su desarrollo. Ignora lo firmado y sigue imponiendo proyectos en contra de la voluntad de las comunidades bajo buscando siempre incrementar el capital de la iniciativa privada.

Pero no solamente el gobierno mexicano es racista, sino cínico. La LX legislatura se ha dado el lujo de transmitir un spot en radio y televisión donde celebra el triunfo que la firma de la declaración representa “porque los pueblos indígenas tienen derecho a utilizar su lengua, su medicina tradicional, sus celebraciones y espiritualidad”. Sí, pero porque se callan los derechos políticos, los derechos sobre los territorios, sobre las autonomías.….. por racistas e ignorantes. Los ejemplos del pueblo wixarika y el PPP en Chiapas son ejemplos claros en este respecto.

Ante el neoliberalismo, la resistencia.

Mientras el gobierno siga midiendo el progreso, el bien y el desarrollo de las comunidades indígenas con los ingresos monetarios (vía la limosna de oportunidades y las remesas), la infraestructura que no los beneficia y los trabajos de carga maletas, un México donde quepan los pueblos indígenas será imposible. Mientras sea más importante impulsar aeropuertos sin consideración de la población; mientras sea más importante producir migrantes que condiciones de desarrollo pertinentes para las comunidades; mientras los grupos en el poder sigan imponiendo sus decisiones sin considerar a las personas; mientras el gobierno se siga radicalizando… se irán repitiendo los Chiapas, los Atenco, los Oaxaca, las Parota. Las resistencias también se multiplicarán.


pablo reyna


Más del pueblo wixarika contra la carretera en los siguientes links:
http://www.jornada.unam.mx/2008/02/23/index.php?section=opinion&article=018a2pol
http://www.jornada.unam.mx/2008/02/24/index.php?section=opinion&article=012a1pol

De Chiapas:
http://www.jornada.unam.mx/2008/02/24/index.php?section=politica&article=010n1pol
http://www.jornada.unam.mx/2007/04/24/index.php?section=politica&article=018n1pol
http://www.jornada.unam.mx/2008/02/24/index.php?section=politica&article=011n1pol
http://preynae.blogspot.com/2007/06/tierra-terruo-territorio-andrs-aubry.html
http://www.jornada.unam.mx/2007/03/24/index.php?section=politica&article=016n1pol

Uds. dirán pura información de La Jornada. Pues sí, ningún otro periódico ha publicado algo al respecto. Fieles a la tradición salinista, a los pueblos indígenas "no los ven, no los oyen".

Declaración de las Naciones Unidas para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas http://www.nacionmulticultural.unam.mx/Portal/Central/EDITORIAL/pdfs/DeclaracionNacionesUnidasDerechosIndigenas.pdf

De la Ojarasca - Febrero 2008

comp@s, va una crónica del encuentro de los zapatistas con las mujeres del mundo que se llevó a cabo en los últimos días del año pasado y también un poema sobre migrantes. Ambos fueron publicados en el suplemento "Ojarasca" (130 / feb. 2008) de la Jornada. Va el texto:

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La revolución de los caracoles

Rebecca Solnit

La Garrucha, Chiapas. Yo crecí escuchando discos de acetato, densas espirales de información que tocábamos a 33 1/3 revoluciones por minuto. El uso original de la palabra revolución tenía este sentido —algo que giraba o se daba vuelta, la revolución de los cuerpos celestes, por ejemplo. Es interesante pensar que así como el término radical viene de raíz en latín y significaba ir a la raíz del problema, así revolución originalmente significa rotar, girar, retornar, completar un ciclo, algo que quienes viven según los ciclos agrícolas saben muy bien.

Vivimos tiempos revolucionarios, pero la revolución que vivimos y atravesamos es un lento girar (de una serie de creencias y prácticas a otra), una vuelta tan lenta que casi a toda la gente se le escapa observar que nuestra sociedad gira —o se rebela. El verdadero revolucionario tiene que ser tan paciente como un caracol.

La revolución no es algún cambio repentino que habrá de llegar, sino la muy transformadora y cuestionante atmósfera en que todos hemos vivido desde hace cincuenta años: por lo menos desde los asombrosos sucesos de 1989, cuando los pueblos de Europa oriental se liberaron sin mucha violencia de sus gobiernos totalitarios pro-soviéticos; en 1991, cuando el pueblo de Sudáfrica socavó el régimen blanco de apartheid de su país; en 1992 cuando los pueblos nativos del continente americano le dieron la voltereta al 500 aniversario de la llegada de Colón a este hemisferio, y reinvindicando que aquí siguen rescribieron la historia de un modo radical, o incluso en 1994 cuando este modo radical escribió un nuevo capítulo en el Sureste mexicano llamado zapatismo.

Hace cinco años, la revolución zapatista tomó como uno de sus símbolos principales el caracol, como animal y como figura espiral. Su revolución da vuelta en espiral hacia fuera y hacia atrás, alejándose de algunos de los colosales errores de la enajenación salvaje del capitalismo y la regimentación del industrialismo, y buscando modos antiguos y las pequeñas cuestiones. También gira en espiral hacia dentro mediante nuevas palabras y nuevos pensamientos. La maravillosa fuerza de los zapatistas viene de su ser, profundamente enraizado en el pasado antiguo (“enseñamos a nuestros niños nuestra lengua para mantener vivas a nuestras abuelas”, como dijo una mujer zapatista) y en lo profético del mundo a medio nacer donde, como dicen, muchos mundos son posibles. Ellos viajan en sus espirales a ambos lados.

Paisajes revolucionarios. A finales de 2007, llegué a su territorio en un memorable encuentro entre las mujeres zapatistas y el mundo. De algún modo, entre los milagros de las palabras y las ideas zapatistas que leía a la distancia, había perdido de vista cómo podría mirarse (o cómo debe mirarse) una revolución en el terreno.

Su rebelión también pretendió llevar al mundo por lo menos un paso más allá de la falsa dicotomía entre el capitalismo y el socialismo oficial de Estado tipo Unión Soviética. Esto fue la primera intuición de lo que era necesario que viniera después: una rebelión, por encima de todo, contra el capitalismo y el neoliberalismo. Catorce años después esto es un éxito pleno de cualidades: en el Chiapas controlado por los zapatistas muchas familias campesinas, sin tierra, cuentan hoy con sus parcelas; muchos que fueron sojuzgados hoy se gobiernan a sí mismos; muchos que fueron aplastados hoy tienen un sentido de lo que es gestión y poder. Desde su revolución, cinco áreas en Chiapas existen, mediante normas propias radicalmente diferentes, fuera del alcance del gobierno mexicano.

Más allá de eso, los zapatistas le brindan al mundo un modelo —y lo que es más importante, un lenguaje— con el cual imaginar de nuevo la revolución, la comunidad, la esperanza, la posibilidad. Aun si en el cercano futuro fueran derrotados definitivamente en su propio territorio, sus sueños, poderosos como son, no es probable que mueran. Y hay nubes en el horizonte: el presidente Felipe Calderón puede convertir lo que ha sido un conflicto de baja intensidad en Chiapas durante catorce años en una guerra de exterminio a todo vuelo.
Los zapatistas emergieron de la selva en 1994, armados con palabras y fusiles. Aunque estén rodeados por el ejército mexicano y los paramilitares locales se han mantenido en gran medida sin recurrir a la violencia, salvo en defensa propia. (Mantienen su propio ejército disciplinado, y una larga fila de tropas con el rostro cubierto y armadas con bastones patrullaban La Garrucha de noche.)

Los zapatistas generan más parafernalia que los grupos de rock: algunas de sus pegatinas y camisetas más recientes hablan de “el fuego y la palabra”.

Cuando se reorganizaron como Caracoles, los zapatistas abrevaron de los mitos mayas para explicar qué significaba para ellos ese símbolo. O lo hizo el subcomandante Marcos, atribuyéndole la historia, como suele hacerlo, al Viejo Antonio.

Los Caracoles son racimos de comunidades, pero descritas como espirales se extienden hacia fuera para abarcar al mundo entero comenzando desde dentro del corazón.

Cruzando el claro estaban las mujeres zapatistas con blusas bordadas o anchos cuellos y delantales ribeteados con hileras de listones que semejaban arcoiris invertidos —y los siempre presentes pasamontañas.

El primer atisbo me robó el aliento. Ver y escuchar a estas mujeres durante los tres días que siguieron, vivir brevemente en territorio rebelde, dar testimonio de la valentía zapatista que les da para desafiar a un ejército y a la ideología dominante en el mundo, de su imaginación que les permite inventar (o reclamar) una alternativa viable, es uno de los grandes pasajes de mi vida. Los zapatistas han sido para mí una hermosa idea, una inspiración, un nuevo lenguaje, una nueva clase de revolución. Al hablar en este Tercer Encuentro de los Pueblos Zapatistas con los Pueblos del Mundo, se volvieron un grupo específico de gente que lidia con problemas prácticos. Y pensé en Martin Luther King Jr. cuando dijo que había ido a la cima de una montaña.

Yo fui al bosque. El Encuentro se llevó a cabo en un auditorio parecido a un gran galerón con techo de lámina corrugada y vigas tan grandes que sólo pudieron provenir de los árboles locales, pues no habrían podido dar la vuelta en las curvas de los caminos vecinales. Las paredes de madera tenían colgados estandartes y estaban pintadas con murales.

Tres o cuatro veces al día, un hombre, en una tarima techada fuera del galerón, tocaba en un órgano un alegre fragmentito de la misma tonada [las dianas] y tal vez doscientos cincuenta mujeres zapatistas vestidas de muchos colores, con paliacates o pasamontañas, caminaban en una sola fila al interior del auditorio y se sentaban en el estrado en hileras de bancas sin respaldo. Las mujeres que veníamos de todo el mundo nos reuníamos en las bancas restantes. Entonces, por turnos, uno de los Caracoles hacía una breve declaración y juntaba las preguntas escritas. En el transcurso de cuatro días, los cinco Caracoles reflexionaron para todos en torno a los aspectos prácticos e ideológicos de su situación. Concisas y directas, las mujeres lidiaban con preguntas difíciles (y algunas preguntas de mala fe) con gran habilidad. Hablaban del reto de vivir una revolución que implica autonomía del gobierno mexicano, pero también de cómo las comunidades aprenden a gobernarse a sí mismas y a determinar por sí solas lo que significan la libertad y la justicia.


La rebelión zapatista ha sido feminista desde su inicio: muchos de los comandantes son mujeres —y este encuentro está dedicado a la memoria de la Comandante Ramona, ya fallecida, cuya imagen estaba por todas partes— y la liberación de las mujeres de las regiones zapatistas ha sido una parte fundamental de la lucha. Los testimonios dejan ver lo que esto significa: liberarse de los matrimonios forzados, del analfabetismo, de la violencia doméstica y de otras formas de subyugación. Las mujeres leían en fuerte, algunas de ellas nerviosas, con un enorme esfuerzo en sus voces, y esta lectura y escritura eran en sí mismas testimonio de la diseminación del alfabeto y del castellano como parte de la revolución. La primera lengua de muchos zapatistas es indígena, por lo que hablan castellano con una claridad declarativa y formal.

“No teníamos derechos”, dijo una de ellas refiriéndose a la época anterior a la rebelión. Otra añadió, “la parte más triste es que no podíamos entender nuestras dificultades, el por qué de los atropellos hacia nosotros. Nadie nos había hablado de nuestros derechos”.

“La lucha no es sólo para nosotras, es para todo el mundo”, dijo una tercera. Y otra nos dijo directamente: “Las invitamos a que se organicen como mujeres del mundo para poder sacarnos de encima al neoliberalismo, que nos ha hecho tanto daño a todas nosotras”.

Y hablaban de cómo mejoraron sus vidas desde 1994. La víspera de Año Nuevo, una mujer enmascarada declaró: “Nosotras pensamos que el responsable [de las opresiones] es el sistema capitalista, pero ya no tenemos miedo. Ellos nos han humillado demasiado tiempo, pero como zapatistas nadie nos va a maltratar. Si algunos de nuestros maridos todavía nos maltratan, sabemos que somos seres humanos. Ahora nuestros maridos y padres ya no nos maltratan tanto pues algunos maridos ya nos apoyan y nos ayudan y ya no deciden por nosotras”.

Hablaron también de todo el trabajo práctico de volver a hacer el mundo y liberar el futuro, de implementar nuevas posibilidades de educación, salud, organización comunitaria, y de los trabajos cotidianos de una nueva sociedad. Algunas llevaban a sus bebés —y sus vidas— al estrado.

Las zapatistas no obtuvieron un futuro seguro y fácil, pero han logrado la dignidad, una palabra grabada muchas veces en este encuentro y en declaraciones previas. Y han creado esperanza.

La velocidad de los caracoles y los sueños. Muchas de sus esperanzas se han realizado. El testimonio de estas mujeres responde en términos específicos: tierra recuperada, derechos, dignidad, libertad, autonomía, alfabetización, un buen gobierno local que obedece a la gente en vez de ponerle obstáculos. En estado de sitio, han creado comunidad entre las comunidades y la vuelcan al mundo.

Emergiendo de las selvas y el empobrecimiento, fueron una de las primeras voces claras contra la globalización corporativa —la agenda neoliberal que en los noventas parecía que iba a apoderarse del mundo. Eso, por supuesto, fue antes del sorpresivo bloqueo de la Organización Mundial de Comercio en Seattle en 1999 y de otras acciones de resistencia globales e innovadoras contra esa agenda y su impacto. Los zapatistas articularon una audaz rebelión indígena contra la invisibilidad, la falta de poder y la marginación —y eso fue antes de que otros movimientos indígenas, de Bolivia al norte de Canadá, tomaran su tajada de poder real en el continente americano.

Su visión representa la antítesis del mundo homogéneo imaginado tanto por los proponentes del “globalismo” como por las revoluciones modernistas del siglo veinte. Han caminado un largo trecho hacia la reinvención del lenguaje de la política. Han sido un faro para todos aquéllos que quieren que el mundo sea más creativo, más democrático, más descentralizado, más desde la base, más juguetón. Ahora, enfrentan la amenaza de que el gobierno mexicano embista a los Caracoles de resistencia, atropelle los derechos y la dignidad que encarnaron las mujeres aun cuando hablaban de ellas mismas —y haya mucho derramamiento de sangre.

Hemos llegado a un momento en que necesitamos fortalecer la solidaridad que muchos activistas en todo el mundo sienten por los zapatistas; fortalecerla de modo que podamos proteger las fuentes del “fuego y la palabra”: el fuego que calienta a los muchos que tienen corazón rebelde, la palabra que nos ha enseñado a imaginar de nuevo el mundo.

Estados Unidos y México, ambos tienen águilas como emblemas, animales de presa que atacan desde arriba. Los zapatistas escogieron al caracol, con su concha espiral, una criatura pequeña, fácil de pasar por alto que habla de modestia, humildad, cercanía con la tierra; del reconocimiento de que una revolución puede comenzar con un rayo pero se concreta lenta, paciente y constante. La vieja idea de la revolución era cambiar un gobierno por otro que nos liberara y cambiara todo. Más y más vamos entendiendo que el cambio es una disciplina que se vive día con día, y esas mujeres de pie frente a nosotras dan testimonio de ello: la revolución sólo garantiza el territorio donde puede cambiar la vida. Lanzar una revolución no es fácil, como lo demuestran los diez años de planeación anteriores al levantamiento zapatista de 1994. Vivir una también es difícil. Debemos contar con una fe y una disciplina que no nos fallen hasta erradicar las amenazas y los viejos hábitos —y más allá. La verdadera revolución es lenta.

Esto quiere decir, directamente, que uno puede volcarse hacia fuera y cambiar el Estado y las instituciones, lo que reconocemos como una revolución, o uno puede hacer sus propias instituciones más allá del alcance del Estado, lo que también es revolucionario. Esta creación (más que el simple acto de rebelarnos) es mucho la naturaleza de la revolución de nuestro tiempo, conforme la gente reinventa la familia, los asuntos de género, los sistemas alimentarios, el trabajo, la vivienda, la educación, la economía, la medicina, las relaciones entre los médicos y los pacientes, la imaginación del ambiente, y el lenguaje para hablar de ello, por no mencionar lo que logra la vida cotidiana.

Si los zapatistas tienen tiempo —el lento tiempo que se desdobla por entre la espiral y el viaje del caracol—proseguirán haciendo su mundo, ése que ilumina todo lo que nuestras vidas y nuestras sociedades pueden ser. Los testimonios en el auditorio terminaron el 31 de diciembre. A medianoche, a medio baile, la revolución cumplió catorce años. Ojalá y pueda por mucho tiempo continuar su espiral hacia dentro y hacia fuera.

Rebecca Solnit es una aguda cronista, ensayista e historiadora del paisaje y sus contenidos. Recientemente publicó una deliciosa Guía de campo para perderse (Viking, 2005). La última vez que acampó en un territorio rebelde fue como organizadora del Proyecto de Defensa Shosone (Western Shoshone Defense Project) que insiste —con buenas bases legales— que los shoshone de Nevada nunca le cedieron su territorio al gobierno de Estados Unidos.

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Algunas personas

Wislawa Szymborska


Algunas personas dejan a otras personas.
En algún país bajo el sol
y algunas nubes.

Abandonan algo así como todas sus pertenencias,
campos labrados, algunas gallinas, perros,
espejos que son pasto del fuego.

Sus hombros cargan cestos y bultos.
Entre más se vacían, más pesan.

Qué sucede en silencio: alguien cae exhausto.
Qué sucede escandalosamente: el pan de alguien es arrebatado,
alguien agita a un niño inane para devolverle la vida.

Siempre otro camino equivocado por delante,
siempre otro puente erróneo
sobre un río extrañamente enrojecido.
A su alrededor, algunos tiros, ahora cerca, ahora lejos,
arriba un avión parece dar vueltas.

Un poco de invisibilidad vendría bien,
alguna grisura pétrea
o, mejor, un poco de inexistencia
por un tiempo corto o largo.

Algo más ocurrirá, sólo que dónde y qué.
Alguien saldrá a su encuentro, sólo que cuándo y quién.
Y si tiene la opción
tal vez no sea el enemigo
y les permita seguir con alguna clase de vida.

viernes, 15 de febrero de 2008

Bosquejos para un retrato de México


www.Tu.tv


Bosquejos para un retrato de México

La hondonada entre la justicia y las promesas rotas (La Jornada, 10 de febrero de 2008)

John Berger

Estoy sentado en una cabaña de madera en las orillas de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, en el sureste mexicano, a punto de dibujar un retrato del subcomandante Marcos.

Veinte años atrás en este poblado de calles angostas, de casas del color de las flores, cualquier indígena que anduviera por la acera tenía que bajarse para permitirle a algún mexicano “blanco” continuar sin perturbaciones su camino.

Tras la toma de la ciudad por los zapatistas en 1994, esto cambió. Lo que hoy ocurre en esas mismas aceras hoyancadas es asunto de decisiones, no de discriminación.

Al llegar a la cabaña donde se alojaba temporalmente, me preguntó que dónde quería yo que se sentara. Le indiqué una silla junto a dos comandantes zapatistas –una mujer con su niña de seis años y un hombre mayor– ya sentados. Así, supuse, hablará con ellos y me dejará en paz. Me miró con un dejo de ironía, como si leyera mis pensamientos. ¿En paz? Sí, la paz es un momento.

Ayer había anunciado enfrente de varios cientos de personas que, por un tiempo, no haría más apariciones públicas, porque la amenaza a las comunidades zapatistas y a su forma de vida y lucha de los pasados 13 años era ahora tan aguda que debía retornar a ser el soldado clandestino que alguna vez fue, y ayudar a organizar la defensa en las montañas. La defensa de aquellos –le recordó al público– que formalmente renunciaron a cualquier forma de lucha armada desde 1996, pero que, de ser atacados, resistirían empecinadamente.

Puede ser que el nuevo presidente Calderón y su gobierno, después de las fraudulentas elecciones del año pasado, calculen que pronto podrían proceder a barrer a los zapatistas sin provocar la protesta generalizada. Y como tal, crean que el fulgurante ejemplo de desobediencia zapatista ante la tiranía global del fascismo económico conocido como neoliberalismo, puede ser barrido también.

Marcos y los comandantes comienzan a conversar y yo comienzo a dibujar. Ellos tres –y la niña de seis años– llevan pasamontañas. “Usamos máscara”, reivindicaron alguna vez los zapatistas, “para hacernos visibles”. Una extraña paradoja a considerar cuando se dibuja un retrato.

Tres días antes, en la comunidad zapatista de Oventic, conversaba yo con cinco consejeros. Estas mujeres y hombres hablaban con mucha calma porque decían sus propias verdades –tan diferente eso de la verdad. La supuesta calma que acompaña la creencia en una sola verdad es una indiferencia despiadada. La de ellos era una calma plena de consideración. Y sus máscaras, lejos de hacer sus rostros menos humanos o menos únicos, los hacían más humanos y únicos. Leía sus rostros a través de sus ojos, y los mensajes de los ojos son las expresiones faciales menos controlables y, como tales, las más sinceras.

Hablar de sinceridad me hace pensar repentinamente en la foto de una mujer que no usa máscara. Su nombre es María Concepción Moreno Arteaga. Madre de seis niños que crió ella sola. Cuarenta y siete años de edad. Ella vive a 200 kilómetros al norte de la ciudad de México, donde se gana la vida como lavandera. Hace tres años fue arrestada por las fuerzas de seguridad del gobierno mexicano, que la echaron a la cárcel con el cargo, absolutamente falso, de estar implicada en el tráfico de inmigrantes ilegales. [Decenas de miles de hondureños, guatemaltecos y salvadoreños son deportados todos los años por las fuerzas mexicanas del orden al intentar atravesar el país rumbo a la frontera con Estados Unidos, donde esperan cruzar hacia el otro lado y hallar trabajo.] Un día, María Concepción se topó con seis de esos migrantes, harapientos, que habían cruzado ya medio país y que le pedían agua. Así que les dio agua y algo de comer, porque ante su manera de pedírselo “no había modo de negárselo”.

Después de ser acusada falsamente pasó más de dos años en prisión. Su trabajo allí consistía en pegar etiquetas para ropa de marca. Con los pocos pesos que le daban por estos trabajos forzosos, compraba jabón y papel de baño para mantenerse limpia.

El mensaje de sus ojos en la foto es: “No es posible negarse”.

Marcos tiene manos grandes con dedos inusualmente largos. Su piel está gastada y es algo callosa, su textura es parecida a la de las manos de los campesinos. Cuando aparece en público asume la postura y la expresión de un mensajero –ya sea que con cuidado y lentamente lea el nuevo mensaje en voz alta, o que sólo se pare ahí y lo encarne. En cambio, aquí en la cabaña está relajado y no mide el tiempo. Sus extremidades se sueltan como las de un piloto de largas distancias que una vez más logró poner a salvo su aeronave sobre una pista de aterrizaje muy corta. Y de pronto se me ocurre que tiene cierta afinidad física con Saint Exupéry: tal vez son parecidas su timidez o su reticencia con su tamaño y estatura.

México es uno de los países que cuenta con las más extensas minas de plata del mundo, como rápidamente lo descubrieron los conquistadores. Es también una tierra de espejos. Algunos de ellos, enmarcados y palaciegos, rotos muchas veces, y la generalidad son una multitud de fragmentos, bisutería, lentejuelas, escamas de azogue o mica que absorben la luz. “Cuando tocamos los corazones de otros pues tocamos también sus dolores. O sea que como que nos vimos en un espejo”, declararon los zapatistas hace dos años y medio en la Sexta declaración de la selva Lacandona.

***

La ciudad de México es tal vez la tercera metrópoli en tamaño del mundo, con una población desmesurada que bien rebasa los 20 millones. Una ciudad de consumismo sin freno, de pobreza, y redes de estafa y fraude. Barrios enteros gobernados por pandillas que venden droga. Zonas residenciales custodiadas por guardias de seguridad con chalecos a prueba de balas. Una contaminación colosal. Caos vial. El río de La Piedad fluye hacia el este por un monstruoso y herrumbrado ducto. El transporte público es mínimo. Circuitos urbanos con vías elevadas de tres pisos de alto. Por debajo, sin vehículo, uno se precipita como lo hacen las tijeretas. Aquí a los carros los han vuelto tan indispensables para quienes trabajan como rentar una vivienda. La antigua ciudad azteca de Tenochtitlán fue convertida finalmente en un carrusel para los intereses automovilísticos y de gasolina del capitalismo corporativo.

Cada año un millón de campesinos e indígenas mexicanos son forzados por la pobreza o la desposesión de tierras a abandonar sus hogares rurales y a mudarse a la capital u otras ciudades, mientras sus tierras son absorbidas por las corporaciones de la agroindustria.

México es un país migrante. Quince millones de hombres y mujeres trabajan en Estados Unidos. El dinero que envían a casa es, junto al petróleo, la principal fuente de divisas de México. Casi todos estos trabajadores carecen de papeles, por lo que en Estados Unidos los califican de criminales y los tratan como tales.

Lo que ocurre es la imagen en espejo de lo que ocurría en el Gulag soviético. Allá, a los prisioneros se les forzaba a trabajar hasta caer exhaustos. Aquí, a los trabajadores se les caza como a criminales hasta que se asumen fuera de la ley.

Entretanto, en la ciudad de México millones de miradas interrogantes se intercambian segundo a segundo en relación con transas, oportunidades, chistes, alternativas, rutinas, cuestiones de honor o meros asuntos sin resolver.

Únicamente para los poderosos, apuntan los zapatistas, es la historia una línea ascendente, donde su hoy es siempre la cumbre. Para los de abajo, la historia es una cuestión que sólo puede responderse mirando hacia atrás y hacia delante, creando así más preguntas.

Observo las cejas, las líneas de su frente, los círculos bajo los ojos, la forma en que la gran nariz se amolda contra el pasamontañas. Su voz física es al mismo tiempo distante y persuasiva. La voz escrita es otro asunto. Contrariamente a lo que es común asumir, la verdadera voz de quien escribe es rara vez (y tal vez nunca) la suya propia. Es una voz nacida de la intimidad e identificación del escritor o escritora con otros que conocen a ciegas sus propios caminos y que sin palabras guían a quien escribe. Esta voz no surge de su temperamento sino de su confianza.

Y mientras dibujo el volumen de su cabeza, me pregunto cómo definir, cómo delinear, el lugar de donde proviene su voz, como escritor de los mensajes zapatistas. Desde dónde le habla al mundo.

Físicamente la voz habla desde aquí, desde los interminables precipicios y cañadas de los Altos y la selva de Chiapas, hoy controlados por los pueblos indígenas que han recuperado su tierra para cultivarla, y quienes han construido escuelas, clínicas y espacios públicos en sus comunidades. Pero, ¿desde dónde, figurativamente, habla su voz?

Acaba de hacer reír a la niña. Cuando ella ríe, su pasamontañas se agita, como el costado de un cachorro cuando resuella.

***

Regreso a la ciudad buscando respuesta a mi pregunta. La arteria principal se llama, inesperadamente, ¡avenida de los Insurgentes! En el centro hay todavía docenas de calles con nombres de capitales o países europeos, porque hace un siglo México se pensaba a sí mismo como un faro de Revolución y Progreso mundiales.

Casi tantos mexicanos van con sus familias en algún momento de su vida a ver la Epopeya del Pueblo Mexicano, los murales de Diego Rivera, como en peregrinación a la Basílica de Santa María de Guadalupe, y hacen su visita a esta inmensa pintura no por estudiar arte sino por remembrar y considerar su destino.

He cambiado de dibujar con tinta a dibujar con carbón, porque éste es más tentativo, más craquelado, más desgastado. La tinta sabe, de inicio, lo que quiere decir; el carbón escucha.

Ninguna reproducción puede dar idea de la fuerza y la escala del fresco de Rivera que corona la escalinata principal de lo que fuera, hasta hace poco, el asiento del gobierno, el Palacio Nacional. No es descabellada la comparación que frecuentemente se hace con la Capilla Sixtina, pero con el Juicio Final, no con la Bóveda.

Diego, El Elefante como Frida Kahlo lo apodaba, fue tan ordinario como cualquiera de nosotros. A veces era estrepitoso, algunas veces derrotista, otras veces flojo, con frecuencia inconsecuente. Pero se transformó cuando se sintió llamado a pintar y encarnar en esas paredes el relato de los pueblos de los que provenía. Entonces se volvió consecuente al punto de otorgarle a cada detalle, a cada rasgo, su lugar particular en un vasto destino histórico. En la parte alta de la escalinata uno tiene la sensación de que son los mil años de historia los que inventaron al colosal pintor, no al revés.

Los cientos de figuras de tamaño humano de las civilizaciones precolombinas, del mercado callejero de Tenochtitlán, de los tres siglos de explotación colonial española, de la Guerra de Independencia que terminó en 1821 y, más enfáticamente, del siglo que siguió a esa guerra y condujo a la Revolución de 1910 y a su visión de un futuro diferente: todas estas notorias y anónimas figuras están contenidas juntas en una visión de tal energía y continuidad que, pese a las tantas crueldades que nos gritan, se suman como un todo de invitación fraternal. Es como si a cada visitante mexicano, al bajar la escalera para irse, le fuera ofrecido un alcatraz de alguna de las canastas de las vendedoras de flores retratadas en los murales.

Al mismo tiempo –y ésa es tal vez otra razón por la que pienso en el torbellino del Juicio Final de Miguel Ángel–, la historia política del México moderno, según está plasmada en estas paredes y de acuerdo con todo lo que ha sucedido desde que fueron pintadas, no es sino un gigantesco erial de promesas rotas.

A cierto tipo de esclavitud le siguieron otros; nuevos sistemas de represión y discriminación remplazaron los viejos. Se inventaron e impusieron formas modernas de la pobreza. Los gringos del norte extrajeron y robaron más y más recursos naturales y los pueblos indígenas fueron despojados más y más. Sólo el grito de “¡Tierra y Libertad!” de Emiliano Zapata continuó resonando la verdad –antes de ser asesinado en 1919.

Y entonces llego al punto. La hondonada entre el vasto erial de promesas rotas y la búsqueda popular de más justicia tenía que llenarse de algún modo y los partidos políticos, comenzando por el PRI (¡el partido de la revolución institucional!) han intentado durante 70 años llenar la hondonada con el escombro en que quedó convertido lo que alguna vez fue un lenguaje político. Promesas rotas, premisas rotas, proposiciones rotas, leyes rotas.

Cada uno de estos principios –excepto los del interés propio– fueron vaciados de contenido. El debate político, las campañas electorales, los discursos para los medios masivos en manos de las corporaciones fueron sistemáticamente reducidos a prevaricación y diversión de aquellos que los antiguos griegos denominaban los idioti (los que buscaban su propio interés) para distinguirlos de los politici. Bajo el fascismo económico del neoliberalismo esto se está convirtiendo en un fenómeno mundial. La voz de los mensajes zapatistas, que ofrece ejemplo de cómo resistir local y globalmente, surge de esta hondonada.

“No a tratar de resolver desde arriba…, sino a construir desde abajo y por abajo.

“No creemos que el fin justifique los medios. Finalmente pensamos que los medios son el fin. Construimos nuestro objetivo al construir los medios con los que seguimos luchando. En ese sentido es grande el valor que otorgamos a la palabra, a la honestidad y la sinceridad, aunque a veces nos equivoquemos ingenuamente.”

Me observa dibujar y sonríe. Hay dos clases de sonrisas (entre otras muchas): una que espera la conclusión jocosa de un nuevo chiste, y otra que recuerda la broma ya escuchada. La suya es del segundo tipo.

***

Me encontraba en el poblado de Acamilpa, en el estado de Morelos, de donde era Emiliano Zapata. La milpa es un campo de maíz donde crecen y conviven otras plantas, y donde muchos pájaros, insectos y animales coexisten también. Quiero describir el rostro de una anciana que me fue extrañamente familiar. ¿Será que se parece a gente de mi pueblo en los Alpes, o será que la edad nos lleva a todos al mismo poblado? En cualquier caso, era sábado por la tarde en un patio de una casa en un pueblito rural lleno de mesas cubiertas con manteles blancos, porque era el cumpleaños de alguien y los invitados estaban por llegar. Ya un acordeonista tocaba algo de música. Había una acacia enorme que debió haber estado ahí cuando Emiliano Zapata era un niño. En una mesa, trece personas mayores de las comunidades circundantes sostenían una reunión muy seria para coordinar los planes de una desobediencia civil o algún bloqueo de carretera para evitar que su agua la desvíen y se la roben los especuladores de bienes raíces. Hablaban por turnos, con cuidado y determinación. Aceptaban la música como si fuera un platillo que se cocía a fuego lento, y que podrían comer más tarde. El rostro de la anciana estaba bronceado por el sol y el viento, y sus brillantes ojos indicaban que los usaba para avistar en las grandes distancias los vientos que vienen. Para la fiesta de cumpleaños había globos de colores colgados entre la casa y el árbol de la acacia.

Y esto fue lo que me dijo:“He vivido mi vida como me la dieron para vivirla y ahora pienso en el futuro. Pienso en mis nietos y sus hijos y cómo van a vivir. Tenemos que resistir, por ellos. Ésos que hoy gobiernan quieren destruir a todos los campesinos y a todas las comunidades indígenas porque quieren quedarse con todas las semillas de la tierra y con todos los litros de agua que vienen de nuestras montañas. Así que por eso luego les paramos sus camiones cuando vienen a robarse lo que es nuestro… es mejor morir de pie que vivir de rodillas”.

Su cabello largo, tan blanco como el mío, estaba peinado hacia atrás de su rostro barrido por el viento y se lo amarraba en un chongo.

Marcos usa un reloj en cada muñeca. Uno marca el tiempo de la paz. El otro, el de la guerra. Cuando los zapatistas se enfrascan en una operación defensiva, trabajan con un horario alterado por si son interceptados sus mensajes.

Hay en todo caso situaciones que desafían cualquier tiempo, todos los tiempos.

En el poblado de San Andrés Sacamch’en, donde, en febrero de 1996, el gobierno pactó acuerdos formales con los zapatistas para reconocer los derechos de todos los pueblos indígenas, acuerdos que nunca honró, está la iglesia de San Andrés Apóstol. En la iglesia hay varias estatuas de la Virgen y de los santos que llevan ropajes de tela, cosidos y bordados.

Un mediodía, la semana pasada, hice un alto ahí porque, al igual que en Acamilpa, escuché una música. La música era más antigua y diferente. Dentro de la iglesia había dos mujeres jóvenes, indígenas, con sus bebés a la espalda y –a cierta distancia de ellas– dos hombres. No había sacerdote. Los cuatro cantaban en polifonía. En el piso de la iglesia había miles de velas prendidas, muchas veladoras en sus vasos, y sus llamas parpadeaban con el viento que se colaba por una puerta entreabierta. Una de las mujeres, conforme cantaba, balanceaba un incensario, y el humo del incienso flotaba como niebla por encima de las llamas que parecían flores. El año, la estación, el día, la hora, eran detalles olvidados. Hasta que uno de los bebés lloró de hambre y su mamá le dio pecho. La otra mujer alisaba con las manos una túnica que había traído para la efigie de San Andrés. Sabía que era tiempo de cambiar y lavar la que traía puesta el santo.

Tras del pasamontañas, bajo la gran nariz, una boca y una laringe hablan desde la hondonada acerca de la esperanza. He dibujado lo que puedo.

Entretanto, probablemente los zapatistas están en riesgo. Cualquier ataque sobre ellos vendrá de aquellos que en su miopía creen que pueden erradicar su ejemplo.

lunes, 4 de febrero de 2008

... Y CUANDO IMAGINAS.....

..... y cuando imaginas ....

Pues comp@s, asiduos lectores de este espacio, les comparto mi alegría y orgullo porque el pasado sábado 26 de enero del 2008 se presentó en el mero Palacio de Bellas Artes una obra de danza clown, animación y música que crearon -de inicio a fin- unos comp@s muy queridos por mi....

Así, la compañía de danza Triciclo Rojo y la Maga Films crearon y produjeron la obra "Historias de VPlanivuelo"...

Desde espacio los felicito... La obra me hizo reir, bailar y llorar... Estoy muy orgulloso de ustedes...

Les dejo algunos videos de esta obra y notas que he encontrado que versan sobre el evento....

... todo es posible ....
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Sobre ruedas, Triciclo Rojo llega hasta el Palacio de Bellas Artes

Por: María Teresa Adalid — 25 de Enero de 2008

Triciclo Rojo es una compañía independiente de danza cuyos inicios se remontan al año 1999 cuando su actual director, Emiliano Cárdenas, se adentró por completo al mundo de los payasos coexistiendo en diálogo y armonía con el sector infantil en Iztapalapa; lugar apartado, con poco acercamiento a las propuestas culturales que se gestan en la ciudad, consecuencia que los niños crezcan sin cercanía a la educación artística.

Emiliano Cárdenas presenta Historias en V planivuelo en el Palacio de Bellas Artes Este problema fue el principal motivo para desarrollar una conspiración infantil, es decir, un colectivo escénico encausado al público de los más pequeños (primordialmente), que lo mismo produzca música, animación, y sean gestores de sus producciones. Con este objetivo Triciclo Rojo se une a La Maga Films para abarcar el más extenso sentido de la cultura, la inspiración artística y la causa social. Tres aspectos que forman parte de las ruedas del triciclo que ha conducido a los jóvenes entusiastas a pisar el escenario más anhelado por cualquier creador, el Palacio de Bellas Artes con la propuesta Historias en V planivuelo, el sábado 26 de enero a las 11:00 y 13:00hrs.

En breve charla con Interescena, Emiliano Cárdenas, (coreógrafo y bailarín), Natalia Cárdenas, (creativa y bailarina), Pilar Campo (gestora cultural), Federico Quintana, Rodrigo Solórzano y Andrés Franco Medina (Maga Films) se refieren a los aspectos más sobresalientes de su propuesta.

Proyecto Historias en V planivuelo
“La obra es una coproducción entre La Maga Films y Triciclo Rojo, muchos nos conocemos de la escuela y hemos logrado alianzas con miras a futuro para generar una empresa cultural abarcando un mundo imaginativo dirigido a niños y adultos, trabajando con sentido lúdico. A partir de ello, hemos ido avanzado y evolucionado”, comenta Emiliano Cárdenas, coreógrafo. “Nosotros consideramos a los niños con alta capacidad de sorpresa y seres muy inteligentes. Muchas veces son ellos los que cuentan la historia que ven a los papás, de este modo el sentido de compartir mundos de imaginación es recíproco. Nuestra investigación es un híbrido sólido dónde no sabes dónde termina la danza, dónde empieza el clown y dónde la animación no sólo es un fondo de pantalla, sino está dentro de un espacio imaginario en el que el niño entiende a la perfección la unificación de todos los lenguajes que se le presentan. La narrativa es clara y la música proviene de una selección donde el sentido de profundidad se afina cada vez más. Todo viene de la integración de la obra, encontrar una voz coherente para los objetos y la imagen sonora. Los niños no ven bailarines, escenario y animación, por el contrario ven la integración del todo”.

Emiliano Cárdenas presenta Historias en V planivuelo en el Palacio de Bellas Artes La historia trata acerca de dos juguetones mecánicos, Pinelli y Marinetti que laboran en un hangar aéreo, momento en el cual, se enteran de que en una caja de cartón se encuentra “el secreto de la felicidad”, el mensaje conduce a que “la felicidad no está en la caja, la felicidad está en quien tiene la caja y busca”. La propuesta es de alto colorido, con objetos que entran y salen en escena, pensando en retener la atención del niño durante 55 minutos.

Entre la técnica de danza contemporánea que en ocasiones vuelve rígidos los movimientos y la técnica de clown que parte de lo espontáneo e improvisación, ¿cómo se juntan estas dos disciplinas?
“La obra tiene a Pinelli y Marinetti, cada uno se mueve y comporta diferente. Justo a partir de la rigidez de la danza contemporánea es que nosotros volteamos y trabajamos para generar una corporalidad. Trabajamos con objetos chiquitos, en un estudio muy amplio, a través del cual se logra una integración, porque en la propuesta, no hay palabras, los personajes son corporales y la interpretación busca un actor bailarín que sabe respirar con el público y con las personas alrededor, por eso se relaciona con liberad. El clown rompe la cuarta pared, por eso en el espectáculo los niños se integran gritando una acción y nosotros nos conducimos a partir de ello. No correspondemos con palabras pero si con acciones y eso hace que la obra, varíe; no significa que sea otra obra porque existe una estructura y coreografía al respecto, se trata básicamente de una peripecia y un ritmo diferente en la danza contemporánea”.

Triciclo Rojo presenta Historias en V planivuelo en el Palacio de Bellas Artes ¿Cómo se comportan y se desarrollan Marinetti y Pinelli en la escena?
“Los personajes se toman de otras herramientas, cuando estábamos en el proceso coreográfico acordamos no tomar ninguna de las herramientas que previamente habíamos utilizado, entonces fue algo difícil porque partíamos de la premisa de no repetir movimientos, ni coreografías que habíamos hecho en la escuela o con otras compañías, de tal modo que partimos por ver cómo es el personaje, ¿cómo son?, antes de eso, ya teníamos seis meses leyendo la Guerra Fría, viendo como se vestían, investigando sobre milagros, estamos llenos de cosas para crear… Marinetti es feliz y Pinelli simplemente no lo es, ésa es la distinción, Marinetti mira al cielo buscando estrellas entre las nubes y Pinelli no lo hace. En cuanto a la coreografía, el mismo hecho de cargar una caja de cartón altera el caminado, estuvimos probando de muchas maneras y durante varias temporadas aún seguimos desarrollando a los personajes que ahora son mucho más maduros, finalmente del contacto con el público surge la retroalimentación”.

El tema plantea la felicidad dentro de una caja de cartón, ¿esa felicidad es tangible, espiritual, social o económica?
“La idea no está encasillada, es un punto de vista acerca de la vida, ése es justamente el meollo del asunto. Como adulto nos preguntamos acerca de le felicidad, que es abstracta y filosófica. Cada quien tiene su propia abstracción, al ser adultos lo queremos definir, contrario a los niños, quienes llegan, ven la obra y cuando sale la magia de una caja de cartón es similar a una metáfora. La caja está vacía, sólo habla acerca de que la felicidad está por construirse todo el tiempo, si sacáramos algo, algún objeto, estaríamos condicionando todo el montaje. Es una abstracción, una caja de cartón ofrece múltiples posibilidades en la imaginación”.

Triciclo Rojo presenta Historias en V planivuelo en el Palacio de Bellas Artes ¿Cómo se dio la selección y creación musical?
“La música de esta propuesta parte de una selección que editamos, otras veces lo alargamos obedeciendo el ritmo de la obra. Los sonidos son un juego, por ejemplo, la caja volando genera su propia voz y ritmo. Empezamos a hacer música, escucho el tema que se viste con instrumentos, luego hacemos una maqueta con la computadora, nos gusta y la producimos con un grupo de músicos que dirige Oscar Romano, ellos son los que grabaron la propuesta”.

¿Qué significa para ustedes como creadores llegar a Bellas Artes?
“Como un proyecto joven e independiente es un gran paso y un regalo hermoso, hemos trabajado mucho y confiado en nuestra locura, de tal modo que en un palacio también caben las risas y los juegos (risas), sin duda es un paso que nos llevará a consolidar las ideas. Considero que también el recinto tiene la virtud que va asistir mucha gente que quizá nunca nos haya visto, eso nos pone feliz porque ampliamos nuestro público, muchos en el gremio de la danza ni siquiera saben de nosotros, por lo tanto crear nuevos públicos nos parece maravilloso. Después de Bellas Artes seguiremos trabajando en otra propuesta de nombre Patafísicaradiofónica, donde se van a conjugar cortos de animación, fotografía, cine, etc…nuestra mirada está puesta a tres años en una visión estratégica de industria cultural que no sólo se quede dentro de la República Mexicana sino que también se dirija a Europa, Asía, Centro y Sudamérica, porque no nos negamos a ningún escenario, nos adaptamos y tratamos de llevar nuestra obra para compartirla”. Foto: Gloria Minauro.


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Triciclo Rojo presentará su búsqueda de la felicidad

Magia, fantasía y júbilo para los niños en Bellas Artes

Fabiola Palapa Quijas

Para el director y coreógrafo de la compañía Triciclo Rojo, Emiliano Cárdenas, el mundo de los niños es libre, porque con la imaginación todo se puede lograr.

La obra Historias en V planivuelo, en la cual fusiona danza contemporánea con la técnica del clown, el creador escénico aborda el tema de la felicidad humana.

“Escribí el guión con la metáfora de la felicidad, pero sin usar palabras porque vivimos tiempos difíciles y me interesa hablar de la felicidad que cada niño puede construirse. La felicidad está en la persona y cada quien es responsable de tenerla.”

La propuesta escénica, con más de cien representaciones en la ciudad de México y diferentes estados, se presentará por primera vez el sábado 26 en el Palacio de Bellas Artes. La magia, la fantasía y, sobre todo, momentos de alegría, serán llevados por los integrantes de Triciclo Rojo al principal foro de arte y cultura del país.

Natalia Cárdenas, intérprete de la compañía independiente, señaló que trabajar con el público infantil ha sido fácil, porque “hay una comunicación con los niños que hablan durante la función y no interrumpen la escena; al contrario, existe una interacción. Esto da un ritmo diferente a la obra, además son muy sinceros y es muy sencillo trabajar para ellos si entras en su mundo”.

De su aprendizaje con los infantes, Emiliano Cárdenas expresó: “sin los niños, la obra no sería lo que es. Los niños son la puerta a ese gran mundo de la imaginación, la felicidad y la magia”.

La obra –que el verano próximo se escenificará en la República Checa e Italia– cuenta la historia de dos juguetones mecánicos en un hangar aéreo, quienes se enteran de que en una caja se encuentra el secreto de la felicidad. Durante 45 minutos y sin decir una sola palabra, los bailarines escenifican la búsqueda de la felicidad.

El director de la agrupación explicó que en Bellas Artes presentarán una versión nueva de la obra, con apoyo de multimedia, una proyección elaborada por La Maga Films, que proporciona elementos clave para que el público infantil mantenga el interés y se divierta con los intérpretes.

Historias en V planivuelo se presentará en el Palacio de Bellas Artes (avenida Juárez y Eje Central) este sábado a las 11 y a las 13 horas.

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SOBERANÍA ALIMENTARIA - ENTRE DOS VISIONES DEL MUNDO -

La televisión pública vasca (ETB) está emitiendo en el marco del programa "Rutas de Solidaridad" una serie de 4 capítulos cuyo hilo conductor es el Foro Mundial de la Soberanía Alimentaria - Nyéléni 2007, celebrado en Mali en febrero de este mismo año. Aquí está el trailer de presentación de dichos documentales. En breve esperamos contar con una copia del material audiovisual para mostrar y compartir con tod@s lso compañer@ - aquellas organizaciones y personas interesadas en la soberanía alimentaria-.




Va un otro excelente video sobre el Comercio Justo... La música es muy buena...



Y aprovecho para compartirles una nota publicada en la Jornada de hoy (4 de febrero de 2008) sobre las distintas maneras de comprender el campo....

Gustavo Duch Guillot
Reskatadoras de pollos

Noche cerrada. Una furgoneta silenciosa que refleja sus faros sobre las paredes de cemento de una granja de pollos. Cuatro encapuchados con crestas en la cabeza y el ruido de gallinas y pollos enloquecidas, enloquecidos… La secuencia completa y el desenlace se puede ver en www.reskatadorasdepollos.org. El manifiesto que el grupo activista ha escrito explica muy bien su propósito.

“En la antigua Grecia, cuando una persona se alejaba de sus seres queridos tomaba un trocito de cerámica y lo rompía en dos. Un fragmento se quedaba en el lugar de partida y el otro acompañaba al viajero. A ese trocito de cerámica lo llamaban: símbolo.

“Los pollos son un símbolo. El símbolo de un modelo de producción de alimentos, nefasto social y ambientalmente. Un modelo que genera hambre, pobreza y desnutrición en todo el mundo, que expulsa al campesinado familiar y lo convierte en una clase humana excluida socialmente, un sobrante humano que apenas es útil para rellenar las maquilas textiles del inframundo de chabolas y zonas francas que rodean a las grandes urbes del sur.

“El hambre tiene causas políticas y el modelo de producción alimentaria que ahora denunciamos es causa de ello. También expulsa al campesinado en el norte geográfico. Campos vacíos de mundo rural, territorio similar al de un campo de batalla con líneas de alta tensión como trincheras, cemento en las costas como un chapopote eterno, polígonos industriales como tumbas del combate, pistas, autopistas, puertos, aeropuertos, presas y represas, inundan nuestro presente. Y matan nuestro futuro.

“Los pollos son un símbolo de un modelo agroganadero industrializado, asesino de personas y destructor de vida. Cada día millones de pollos viven en un modelo cuando deberían vivir en otro. El agroecológico. Cada día millones de campesinas son expulsadas y mueren en un modelo cuando deberían poder vivir en otro. Cada día millones de personas consumidoras nos alimentamos en un modelo cuando deberíamos consumirlo en otro. Cada día millones de mujeres sufren el patriarcado en un modelo cuando deberían vivir como mujeres en el otro. Cada día millones de hectáreas de mundo se desintegran para siempre jamás cuando deberían florecer en primavera.”

Y acaba, con contundencia y firmeza. “Las campesinas y campesinos familiares, la pesca artesanal, pastores y pueblos indígenas del mundo pueden y deben alimentarnos. Dejémosles hacerlo. Ayudémosles a hacerlo. Por ellos y para ellas. Por nosotras y para nosotros. Es la hora de la soberanía alimentaria.”

Las Reskatadoras de pollos son otro símbolo, el símbolo de una lucha que se puede hacer de mil y una maneras. Y pocas son las maneras si esperamos que nuestro planetita quiera tolerarnos, a la especie humana, un tiempo más. Podemos repensar a Brecht. Hay hombres y mujeres que luchan un día, un año, muchos años y son buenos y buenas. Pero hay quienes luchan toda la vida, produciendo alimentos en el campo, haciendo posible la alimentación sana de la sociedad, respetando a la vez la tierra y la Tierra. Ellas y ellos son imprescindibles.

* Director de Veterinarios Sin Fronteras

Acerca del TLCAN y la tragedia del campo

Comp@s, van notas interesante sobre el campo..... Sí, ese lugar que queda entre caseta y caseta de las autopistas de cuota y que nos da de comer....

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Rodrigo A. Medellín Erdmann* (La Jornada, 2 de febrero de 2008)

¿Hay que renegociar el TLCAN?

Ante la total apertura del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), hay un clamor de renegociar el capítulo agropecuario, por el impacto negativo que ha tenido en el campo. El gobierno se niega. Se perderían, dice, los beneficios logrados. El problema es que el gobierno mismo ha violado los términos del tratado en perjuicio de los productores mexicanos. No los ha apoyado, y los ha expuesto prematuramente a una competencia ruinosa (autorizando, por ejemplo, la importación de granos por encima de las cuotas acordadas y casi sin impuestos).

El deterioro del campo tradicional viene de lejos. La tecnocracia lo acusa de improductivo e incompetente. Quienes conocemos la realidad sabemos que no es así. Con recursos escasos y condiciones adversas, el campo lograba maravillas de eficiencia, aunque la pobreza aumentaba. ¿Cómo se entiende esta paradoja? Con una comparación: la economía de los campesinos e indígenas era como un barril al que echaban agua con su trabajo. Pero al barril le habían hecho muchos agujeros. Por más agua que echaran, siempre estaba vacío. Ejemplos de agujeros: los intermediarios voraces de insumos y productos; crédito caro e ineficiente; saqueo de recursos naturales; caciques, funcionarios corruptos, líderes charros; altos costos de servicios; bienes de consumo caros. Los programas de apoyo al campo resultan mangueras que echan agua al barril… sin haber tapado los agujeros. Los campesinos e indígenas lograban subsistir y producir en un medio muy adverso. Sin embargo, el diagnóstico tecnocrático acabó por desahuciarlos: los decretó no viables en el esquema neoliberal. Se eliminaron programas de apoyo, se promovió la venta y privatización de la tierra, y el éxodo rural de millones, supuestamente para así lograr eficiencia y competitividad.

En este contexto se firmó el TLCAN y se inició su manejo perjudicial. Y, ante las políticas públicas tan adversas, la mayoría de los barriles acabaron por tronarse. Tal parece que el gobierno hubiera elaborado un plan maestro… para destruir el campo, y lo ha ido logrando. La capacidad productiva se colapsó, fue ya imposible subsistir en comunidades rurales; se rompió su tejido social; se agravó el hambre y la pobreza-miseria extrema; se aceleró la migración masiva hacia el norte: no son masas que persigan el sueño americano, sino que huyen de “la pesadilla mexicana”, aun arriesgando la vida.

La migración masiva parecía positiva como válvula de escape ante el desempleo y la supuesta falta de recursos públicos. Llovieron las divisas con las remesas. La menor producción de maíz en sectores tradicionales “ineficientes” se suplió cómodamente importando el grano y produciéndolo en enclaves “modernos”. Pero las cosas han tomado otro rumbo. La posible recesión en Estados Unidos va a provocar desempleo y mayores agresiones xenófobas contra los migrantes. Las remesas se van a reducir. De este lado, las condiciones del empleo son tan precarias que no se podría acomodar a un número importante de mexicanos que quisieran regresar, o fueran expulsados.

Con las políticas públicas anticampesinas, se ve difícil que el gobierno quiera renegociar el TLCAN. Sin embargo, el mismo tratado ofrece una respuesta. Está estipulada una salvaguarda conocida como “cláusula de escape”: si se provoca una competencia ruinosa tal que algún sector productivo pudiera sufrir un daño irreversible, es posible aplicar esa previsión del tratado (párrafo 3 del artículo 301). No se requiere renegociar para evitar la total destrucción del campo; más bien, hay que aplicar la “cláusula de escape” y cambiar drásticamente las políticas públicas.

Pero el gobierno mexicano –sobre todo la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación– da la impresión de no estar muy preocupado por la situación del campo. Aduce cifras de producción agregadas para demostrar que la realidad es mejor que nunca. Tampoco parece preocuparle la posible inquietud social, pues considera poder manejarla. Sin embargo, llevamos muchos años de apelar al dicho: “Reata, no te revientes, que es el último jalón”… cuando los jalones han seguido y siguen. Se han sembrado demasiados vientos, y puede estar cerca la cosecha. Es tiempo de tomar en serio que “sin maíz [campesino] no hay país, y sin frijol tampoco”. Más profundamente, es una verdad incontrovertible que sin campesinos, sin indígenas, México dejaría de ser México. Por ello hay que seguir luchando.

La agresión hacia el campo no tiene precedentes. Se puede hablar de un auténtico genocidio de la población rural –sin necesidad de balas–, con el correlativo ecocidio medioambiental. La historia juzgará a Carlos Salinas, Ernesto Zedillo y Vicente Fox como los responsables. Para Felipe Calderón y su gabinete aún es tiempo de acatar el clamor social, aplicar la “cláusula de escape”, e iniciar la reconstrucción del campo en serio. De otro modo, tendrán que cargar también con el calificativo histórico de genocidas.

* Doctor en sociología por la Universidad de Harvard, colaboró durante 30 años con comunidades campesinas e indígenas

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Hermann Bellinghausen (La Jornada, 4 de febrero de 2008)

Puertas cerradas al campo

El decreto implícito de los poderes dominantes no podía ser más aberrante: deben abandonar el campo las personas que lo habitan y dar paso a la industria agropecuaria, las hidroeléctricas y las minas; “debe” ser “productivo”, “competitivo”, “rentable”. Los capitalistas convierten al campo en una fábrica, con patrones invisibles, capataces de cuello blanco y obreros sin derechos laborales. Han convencido a la opinión pública y a los mercados (esos representantes de La Humanidad) de que no queda de otra. En Europa occidental ya casi lo lograron, “y miren qué bien están” nos argumentan. Otros subcontinentes avanzan en la misma dirección: China, India, Mesoamérica, Brasil, Europa oriental.

Los amos han decidido que todo el mundo es una isla, igualito que Japón. Que no hay para dónde; por eso al campo ya no lo aguantan más. Tan latosos los subsidios que no “rinden” en la balanza comercial (esa abstracción para los financieros que no reservan el menor espacio para los campesinos en sus previsiones; pues prevén, como los profetas). La presunta “resistencia al cambio” que se atribuye a la población rural, particularmente la indígena, guarda la simiente del más plausible proyecto de futuro con que la humanidad cuenta. Pero los amos tienen otros planes.

¿Qué “cambio” les ofrecen? ¿Mudarse a las ciudades (bueno, a sus bolsas de basura), emplearse en el crimen, darse a la drogadicción y la violencia, consumir? Volverse modernos, en suma. Tras la falsedad de que la bonanza urbana es accesible, la igualdad de oportunidades nunca fue más desigual como bajo los neoliberales, quienes se escudan en lo que llaman “democracia”, cuyo ejemplo más extremo y futurista fueron las “elecciones” blindadas del Irak liberado de sí mismo por Estados Unidos.

Los ríos serán hidroeléctricas, inundando miles de comunidades ancestrales, millones de hectáreas cultivadas con las manos, bosques, selvas, tesoros arqueológicos y hasta tierras previamente saqueadas y erosionadas por el progreso anterior. Las costas y manglares serán puertos de carga y descarga, no quedará playa sin hoteles y bulevar. Digamos que en cuanto terminen los albañiles indios en Cancún y Playa del Carmen, serán desechados.

Todo, para beneficio de los dueños de la mercancía y el dinero con que se paga el turismo. La “humanidad” que no migre a cinturones urbanos tiene la opción de regresar a la servidumbre porfiriana, y si corre con suerte, aprender inglés y recibir propinas.

El poder político y económico, representado en México por el calderonismo, los patrones globales y sus cómplices intelectuales (los tontos útiles que nunca faltan) ahondan el proyecto de convertir al pueblo mexicano en un conglomerado con “capacidades diferentes” (piadoso eufemismo que declaman en sus incursiones filantrópicas por el mundo Teletón).

Convertir en minusválidos a los campesinos, siendo ellos los seres humanos más autosuficientes que existen. Los que mejor saben sobrevivir huracanes, inundaciones, represiones genocidas, hambre y frío, firmemente unidos a la felicidad de la tierra. Hoy se les obliga a “reducirse”. Oliveros de Palestina, milperos de México, arroceros de Tailandia: su destino son los guetos y suburbios, o pegar la cara contra el cristal opaco de las fronteras.

Las sospechosas inundaciones por el tapón del río Grijalva sirven de ejemplo de cómo el capitalismo aprende las brutales lecciones de China al desplazar millones de campesinos y dar paso a la monstruosa represa de las Tres Gargantas del Yangtsé. Hoy en Chiapas, a decenas de comunidades rurales les dicen: “sabes qué, resulta que tu pueblo quedó, o quedará, bajo el agua, chin, así salió el destapón del río, sorry. Pero no te preocupes, te voy a poner unas bonitas ‘ciudades rurales’, con servicios y calles. Hasta vas a dar las gracias” (¿Sigue el río Usumacinta?).

Construídas donde a los gobernantes les da la gana y a los inversionistas les viene bien, las ciudades rurales que proliferan en el país son o serán ratoneras, con casas diminutas, una pegada a la otra, cuartos de tres por tres metros, sin patio ni más tierra que la de los zapatos, lejos de los árboles. Ni campos ni montañas, sólo plazoletas de cemento donde pronto los ex campesinos venderán garnachas, piratería o cocaína, y así ingresarán a la competividad global.

Como dijera la insigne Britney Spears, “Oops, I did it again!”: el neoliberalismo repite sus recetas de explotación-destrucción. África subsahariana es la prueba más redonda. Allí es inmenso el “planeta de ciudades perdidas (slums)” que documentara Mike Davis. Buena parte de la humanidad resulta hacinable y sacrificable.

Las eficientes cámaras de gas nazis fueron un poco demasiado. Y no a todos se les puede bombardear. Por eso, que los campesinos devengan minusválidos, y las monsantos podrán reinar.

Las abuelas - John Berger

comp@s, pues aproveche este primer post del año para desearles que éste esté lleno alegrías y salud para tod@s ustedes.

Les comparto la traducción de un texto de John Berger. Tuve la oportunidad de escucharlo leer este cuento en el Primer Coloquio Internacional In Memoriam Andrés Aubry... "Planeta Tierra: Movimientos Antisistémicos..." en diciembre pasado en el CIDECI de San Cristobal de la Casas Chiapas.

Para quien le interese escuchar el cuento en el contexto de la ponencia que John Berger dió lo puede hacer aquí


Les mando muchos saludos y que lo mejor de la vida les suceda...

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Las abuelas

Esta carta forma parte de un libro inédito que reúne las misivas de A’ida, una farmacéutica, a Xavier, encarcelado por defender sus ideas. (La Jornada, 26 de diciembre de 2007)

John Berger

Mi guapo:

Esta noche escuchas en tu celda mis palabras mientras escribo. Estoy sentada en la cama. Tengo el cuaderno en las rodillas.

Si cierro los ojos veo tus orejas, la izquierda sobresale un poco más que la derecha. Mi mejor amiga en la escuela alegaba que las orejas de los humanos son como diccionarios y que, si sabes cómo, puedes buscar palabras en ellas. Límpido, por ejemplo. Límpido.

No voy a mandarte esta carta, pero quiero decirte lo que hicimos el otro día. Tal vez no la leas hasta que ambos estemos muertos. No, los muertos no leen. Los muertos son lo que permanece de lo que alguna vez fue escrito. Mucho de lo escrito queda reducido a cenizas, pero los muertos están todos ahí, en las palabras que se quedan.

Sonó mi teléfono móvil y era la voz entrecortada de Yasmina –los pinzones chirrían así, veloces, cuando su árbol está en riesgo– para decirme que en el distrito de Abor un Apache sobrevolaba en círculos la vieja fábrica de tabaco, donde siete de nosotros se escondían, y que las vecinas –y también otras mujeres– se preparaban para formar un escudo humano en torno a la fábrica y sobre el techo, para evitar que los cañonearan. Le dije que ahí estaría.

Colgué el teléfono y me quedé quieta, y no obstante era como si corriera. El aire fresco me golpeaba la frente. Algo propio de mí –pero no mi cuerpo, tal vez mi nombre A’ida– corría, hacía virajes repentinos, se remontaba o hundía en los desniveles volviéndose imposible de avistar o que le apuntaran. Tal vez un pájaro liberado tiene esta sensación. Una especie de limpidez.

Para el momento en que llegué, ya se habían instalado en el techo plano veinte mujeres, y agitaban sus pañoletas blancas. La fábrica tiene tres pisos –como tu prisión. En la planta baja, hileras de mujeres, de espaldas a los muros, rodeaban todo el edificio. Aún no se avistaban tanques, jeeps o Hummers. Así que anduve desde el camino cruzando el erial para juntarme con ellas. Reconocí a algunas mujeres y a otras no. Nos tocábamos y nos mirábamos en silencio, entre nosotras, confirmando lo que compartíamos, lo que teníamos en común. Nuestra única salida era convertirnos en un solo cuerpo todo el tiempo que nos mantuviéramos plantadas ahí, negadas a movernos.

Las mujeres, siempre presentes en la lucha contra la globalización neoliberal. En la imagen superior, durante una protesta en Cancún; en la inferior, indígenas de Yalchiptic, Chiapas, impiden el paso del Ejército a su comunidad

Oímos regresar el Apache. Volaba despacio y muy bajo para amedrentarnos y observarnos, y su rotor de cuatro hojas chantajeaba las corrientes para mantenerse en el aire. Escuchamos el familiar retumbo del Apache –el retumbo de ellos al decidir y el de nosotras al correr buscando refugio para escondernos– pero no esta vez. Podíamos ver los dos misiles Hellfire alojados en sus sobacos. Podíamos ver al piloto y a su artillero. Podíamos ver sus diminutas armas apuntándonos.

Frente a la derruida montaña, frente a la fábrica abandonada que fuera utilizada como hospital provisional durante la epidemia de disentería de hace cuatro años, algunas de nosotras estábamos prontas a morir. Cada una de nosotras, pienso, tenía miedo, pero no por ella misma.

Otras mujeres se apuraban a bajar el sendero zigzagueante desde las alturas del monte Abor. Está muy empinado por ahí, ¿te acuerdas? –y no podían ver el helicóptero. Se sujetaban unas de otras y reían con nerviosismo. Era extraño oír su risa junto al zumbar rugiente del Apache. Miré la línea entera de mis compañeras, en particular sus frentes, y quedé convencida de que algunas sentían algo parecido a lo que yo había sentido.

Sus frentes eran límpidas. Cuando las rezagadas que llegaban del monte Abor nos alcanzaron, se ajustaron la ropa y las abrazamos cálida y solemnemente.

Mientras más seamos, el blanco que formemos será mayor, y mientras más grande sea el blanco, más fuertes seremos. Una lógica extraña y límpida. Cada una de nosotras tenía miedo pero no por ella misma.

El Apache oscilaba sobre el techo de la fábrica, tres pisos arriba, estacionario en el cielo pero nunca quieto. Una a otra nos tomamos las manos y de cuando en cuando repetíamos los nombres de todas. Yo me tomaba de las manos con Koto y Miriam. Koto tenía diecinueve años y unos dientes muy blancos. Miriam era una viuda entrada en los cincuenta y a su marido lo habían asesinado hacía veinte años. Les cambié los nombres aunque no vaya a enviarte esta carta.

En ese momento escuchamos que por la calle se aproximaban los tanques. Cuatro de ellos. Koto me acariciaba una de las muñecas con sus dedos. Oímos la voz de los altoparlantes anunciar toque de queda y ordenarle a todos dispersarse y mantenerse en interiores. Del otro lado del erial la calle estaba atiborrada, y descubrí a algunos camarógrafos. Unos cuantos decigramos a nuestro favor.

Ahora los inmensos tanques arremetían rápido contra nosotras, y las torretas giraban para seleccionar el objetivo exacto.

El miedo que provocan los sonidos es el más difícil de controlar. El traqueteo de sus orugas al aplastar con forcejeos todo lo que atropellaban, el rugido de sus motores torciéndose al ejercer succión, los altoparlantes que nos ordenaban dispersarnos –los tres crecían y crecían, hasta que los tanques hicieron alto alineados frente a nosotros, a doce metros de distancia, con las bocas de sus cañones 105 mm. todavía más cerca. No nos apretujamos, nos mantuvimos separadas, sólo nuestras manos se tocaban. Un comandante que emergió de la escotilla del primer tanque nos informó, hablando mal nuestro idioma, que ahora seríamos forzadas a dispersarnos.

¿Sabes cuánto cuesta un Apache? Eso le pregunté a Koto, desde la comisura de los labios. Negó con la cabeza. Cincuenta millones de dólares, le dije entre dientes. Miriam me besó en la mejilla. Yo estaba alerta de que empujaran la puerta trasera de uno de los tanques y que emergieran los soldados, brincaran a tierra y nos arrasaran. No les habría tomado más de un minuto. Y no ocurrió. En vez de eso, los tanques se dieron vuelta y enfilados uno tras otro, dejando unos veinte metros entre ellos, comenzaron a envolver nuestro círculo.

No lo pensé entonces, mi guapo, pero ahora que te escribo en mitad de la noche, pienso en Herodoto. Herodoto de Halicarnaso, quien fue el primero que escribió relatos de tiranos que se hicieron sordos a todos los dioses por el estruendo de sus propias máquinas.

No habríamos podido resistir a los soldados si nos hubieran arrollado. Conforme nos rodeaban, los tanques se aproximaban deliberadamente –con lentitud apretaban la soga alrededor nuestro.

¿Tú sabes cómo es que una gata mide su salto, la distancia que le espera, hasta aterrizar en sus cuatro patas juntas en los cuatro puntos donde ella lo calculó? Pues esto es lo que cada una de nosotras tuvo que hacer: medir, pero no la distancia de un brinco, sino su opuesto –el monto preciso de voluntad necesaria para tomar la aterradora decisión de mantenernos, de no hacer nada, pese al miedo. Nada. Si subestimábamos la voluntad necesaria, tal vez rompiéramos la línea corriendo antes de darnos cuenta de lo que hacíamos. El miedo era constante pero fluctuaba. Si lo sobrestimábamos, habríamos estado exhaustas e inútiles antes de que todo terminara y las otras hubieran tenido que apalancarnos. Nuestras manos enlazadas ayudaban, pues nos hacían calcular la energía que cruzaba de mano en mano.

Cuando los tanques circundaron la fábrica la primera vez, no estaban a más de un brazo de distancia de nosotras. Por entre las ventilas cubiertas de malla podíamos ver sus cascos, sus ojos, sus manos enguantadas.

Lo más aterrador de todo era su blindaje, ¡visto tan de cerca! Cuando pasaba cada tanque era esta superficie, la más impermeable creada por el hombre, lo que no podíamos evitar ver incluso cuando cantábamos (y para entonces habíamos comenzado a cantar): sus remaches ciegos, su textura como de piel de animal pues nunca brilla, su dureza de granito y su color de caca, el color no de un mineral sino de la putrefacción. Era contra esta superficie que suponíamos nos iban a aplastar. Y frente a esta superficie debíamos decidir, segundo tras segundo, no movernos, no retirarnos.

Mi hermano, dijo Koto, mi hermano dice que cualquier tanque puede destruirse si uno encuentra el sitio preciso en el momento preciso.

¿Cómo logramos –las trescientos de nosotras– mantenernos firmes como lo hicimos? Las bandas de oruga estaban ahora a unos cuantos centímetros de nuestras sandalias. No nos movimos. Seguimos tomadas de las manos y cantando entre nosotras con nuestras voces de viejas. Porque fue esto lo que ocurrió y es por eso que pudimos hacer lo que hicimos. No habíamos envejecido, simplemente éramos ancianas, teníamos como mil años de edad.

El prolongado tableteo de una ametralladora en la calle. Posicionadas como estábamos, propiamente no pudimos ver lo que ocurría, así que hicimos señas a nuestras viejas hermanas en el techo, que podían ver mejor que nosotras. El Apache se mecía amenazador sobre ellas. Nos devolvieron las señas y entendimos que una patrulla había disparado a unas figuras que corrían. Muy pronto escuchamos el ulular de una sirena.

La succión del siguiente tanque que nos confinaba, también nos encrespaba e hinchaba la falda. No hagan nada. Ni nos meneamos. Estábamos aterradas. Y en nuestras agudas y estridentes voces de abuelas, cantamos –¡aquí nos vamos a quedar! No teníamos arma alguna excepto nuestro útero maltrecho.

Así estuvo.

Entonces un tanque –no creímos de inmediato lo que veían nuestros ojos apagados– dejó de formar el círculo y se enfiló a cruzar el erial, seguido por el siguiente y el siguiente y el siguiente. Las ancianas del techo vitorearon, y nosotras, todavía con las manos cogidas, pero ahora silenciosas, comenzamos a dar pasos laterales hacia la izquierda de tal modo que lenta, muy lentamente, como correspondía a nuestros años, dimos vuelta a la fábrica.

Más o menos una hora después, los siete nuestros estuvieron listos para escabullirse. Nosotras, sus abuelas, nos dispersamos, recordando cómo había sido ser jóvenes y luego hacernos jóvenes.

Hay tanta diferencia entre la esperanza y la expectativa de algo.

Al principio pensaba que era una cuestión de duración, y que la esperanza era el aguardar algo mucho más allá. Pero no. Me equivocaba. La expectativa pertenece al cuerpo, mientras la esperanza pertenece al alma. Ésa es la diferencia. Las dos conversan y se excitan o consuelan una a otra, pero el sueño de una y de otra son diferentes. He aprendido algo más. La expectativa de un cuerpo puede durar tanto como cualquier esperanza.

Como mi cuerpo, que espera el tuyo. Mientras tenga vida, soy tuya, mi guapo.

A’ida

Traducción: Ramón Vera Herrera


....espacio para no olvidar ....

.... la memoria es, ya, una esperanza....

... Memorial de Agravios... para muestra, basta un espejo...

... civiles asesinados durante la guerra en irak ...

... por ustedes rebeldes, rebeldes seremos...

... por ustedes rebeldes, rebeldes seremos...
Foto de Pedro Valtierra