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Llamamos a todos y a todas no a soñar, sino a algo más simple y definitivo, los llamamos a despertar. - Sup Marcos (1/enero/1999)

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“Porque en el fondo, uno ama al mundo a partir de la certeza que este mundo, triste mundo convertido en campo de concentración, contiene otro mundo posible. O sea, que el horror está embarazado de maravilla.” -Eduardo Galeano

martes, 13 de mayo de 2008

Más sobre la crisis alimentaria

Alimentos: silencioso asesinato en masa en países en desarrollo

■ El futuro inmediato, de penuria y altos precios

■ Los transgénicos no serán la solución

Luis Hernández Navarro / La Jornada 12 de mayo de 2008

Comenzó en México como la guerra de la tortilla en enero de 2007. Se siguió a Italia como la huelga del espagueti nueve meses más tarde. Después se convirtió en alud imparable. Las protestas contra el alza en el precio de los alimentos se sucedieron en Haití, Mauritania, Yemen, Filipinas, Egipto, Bangladesh, Indonesia, Marruecos, Guinea, Mozambique, Senegal, Camerún y Burkina Faso.

En el mundo de hoy hay más hambre de la que había. La desesperación y la rabia ante el hecho de no tener un bocado que llevarse a la boca han provocado saqueos y robo de cereales en campos, bodegas y tiendas; también caos, pillaje e incendios. Muchos gobiernos han respondido con detenciones arbitrarias, asesinatos y torturas. En Pakistán y Tailandia los ejércitos patrullan las calles.

En Haití, las manifestaciones dejaron saldo de varios muertos y decenas de heridos. Para paliar el descontento, el haitiano René Preval anunció un programa de subvención para la producción local de arroz, leche y huevos.

En Marruecos, ciudadanos furiosos han formado los tansikiyate para luchar contra el alza de precios de productos de primera necesidad. El pan subió de golpe 25 por ciento en septiembre de 2007, y se produjeron graves incidentes en la ciudad de Sefrú.

En Egipto, el descontento actual remite a épocas pasadas. El clérigo Sheik Yusef al Bradi, de la Universidad de Al Azar, recordó las similitudes con la famosa “revuelta del pan” en 1977, cuando el gobierno intentó recortar las subvenciones a los alimentos y se produjeron grandes disturbios. Por lo menos tres personas murieron en el delta del Nilo.

En febrero de 2008 se suscitaron graves conflictos en Camerún. La policía reprimió salvajemente a los inconformes. El presidente Paul Biya, quien gobierna desde 1982, reconoció 40 muertos; los inconformes afirman que fueron más de 100.

Se trata de un hecho global. Usualmente la escasez generalizada de alimentos se ha producido en países y regiones localizadas, ante desastres naturales, plagas o guerras. Pero ahora sucede de manera simultánea en multitud de naciones y varios continentes.

El aumento –por ejemplo– a los precios del trigo tiene impacto real, pero limitado, para los consumidores europeos. En el viejo continente el pan supone apenas 1.8 por ciento del costo de la canasta básica. Pero en países con poblaciones pobres, como India, China y Egipto, que han hecho grandes esfuerzos por combatir la desnutrición, ha tenido efectos severos.

La situación es dramática. Cada cinco segundos se produce en el mundo una muerte de un menor de 10 años por hambre, y la situación va a agravarse. Hay cerca de 850 millones de seres humanos que no tienen que comer. El Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas estima que, a partir de la actual crisis, hay 100 millones de personas hambrientas más. De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés), en 37 países se ha desatado una crisis alimentaria. En 2008, los naciones más pobres pagarán 65 por ciento más por sus importaciones de cereales; en algunos países africanos el incremento será de 74 por ciento.

Jean Ziegler, relator especial de la ONU sobre el derecho a los alimentos, sostiene que es como si detrás de cada víctima por la hambruna hubiese un asesinato. “Esto es un asesinato en masa silencioso.”

La ley de San Garabato (vender caro, comprar barato)

La producción de alimentos se ha modificado notablemente en el último año y medio. Las piezas del sistema agroalimentario mundial se han trastocado. Hasta ahora la agricultura se había caracterizado por una caída sostenida en los precios reales, acompañada por incrementos temporales en los precios de algunos productos, cultivos excedentes, agresivas políticas de apoyo a los precios y protección comercial. Esta disminución en los precios ocurrió a pesar del aumento en los costos de fertilizantes y energéticos.

Esa tendencia cambió ya radicalmente. El nivel de reservas de granos y oleaginosas, de acuerdo con los estándares históricos, se ha reducido dramáticamente. Sus precios se han incrementado hasta llegar a las nubes.

Hoy, el arroz cuesta en Asia tres veces más de lo que valía hace apenas tres meses. En la bolsa de Chicago el precio de un bushel (25.401 kilogramos) de maíz alcanzó 6.37 dólares, precio nunca antes visto. El trigo elevó su valor 130 por ciento en un año.

Esta escalada inflacionaria abarca muchos otros productos agropecuarios. En México el litro de aceite subió de 6.73 pesos en enero de 2006 a 36.50 en abril de 2008, mientras el pan de caja pasó de 13.21 pesos en enero de 2006 a 24 en abril de este año. En casi todo el mundo han aumentado lácteos, carnes, huevo, vegetales y frutas.

Irónicamente, durante 2007 la producción mundial de granos aumentó 4 por ciento en relación con 2006. La cosecha fue de 2 mil 300 millones de toneladas. Esto es un volumen tres veces mayor al obtenido en 1961. Sin embargo, durante ese mismo lapso la población humana se duplicó.

El problema del hambre en el mundo no es, entonces, falta de comida, sino que millones de seres humanos no pueden comprarla. En contra de lo que señalan las leyes del mercado, que dicen que si la producción aumenta los precios bajan, el costo de los alimentos ha subido.

Parte de la adversidad proviene de la creciente concentración monopólica de la industria agroalimentaria mundial. El hambre de muchos es la bonanza de pocos. En momentos de adversidad como la actual, un puñado de empresas han visto crecer sus ganancias de manera desorbitada.

Es el caso de las compañías dedicadas a la fabricación de fertilizantes. Durante 2007, Potato Corp incrementó sus beneficios 72 por ciento respecto de 2006. Yara tuvo 44 por ciento más utilidades. Las ganancias de Sinochem crecieron 95 por ciento, y las de Mosaic 141 por ciento.

También las grandes comercializadoras de granos. Durante los tres primeros meses de 2008, Cargill obtuvo beneficios 86 por ciento mayores que durante el mismo periodo del año anterior. En 2007, ADM tuvo ganacias 67 por ciento superiores a las de 2006; Conagra, 30 por ciento; Bunge, 49 por ciento, y Noble Group, 92 por ciento.

Igual suerte tienen las multinacionales procesadoras de alimentos, como Nestlé y Unilever, y las firmas dedicadas a producir semillas y agroquímicos, como Dupont, Monsanto y Sygenta. (Véase, “El negocio de matar de hambre”, Grain, abril de 2008).

Los granos de la mazorca

¿Por qué, entonces, si el volumen de la cosecha de granos en 2007 logró récord mundial, los precios de los alimentos se han elevado?

Básicamente, por la confluencia de cinco factores en el marco de la crisis general de un modelo de producción agropecuario. Éstos son: utilización de granos básicos para elaborar agrocombustibles; incremento en el precio de los insumos; efectos del calentamiento global en la agricultura; cambios en el patrón de consumo alimentario, y la especulación en la bolsa de valores. Todo ellos como parte de la crisis del modelo de la agricultura industrial en grandes predios, altamente dependiente del petróleo, basada en la lógica de las ventajas comparativas y el libre comercio, dominante hoy día.

En sincronía con el aumento del precio del petróleo en el mundo, se ha intensificado la elaboración de agrocombustibles. Más que por el impulso del mercado, su fabricación ha crecido por el apoyo de cuantiosos subsidios y políticas públicas destinadas a su fomento. La Unión Europea acordó como obligación para 2010 que 5.75 por ciento del transporte se base en bioetanol y biodiesel. En Estados Unidos, la legislación prevé que en 2012 se usarán 27 mil millones de litros de agrocombustibles. George W. Bush propuso como meta elaborar 133 millones de litros en 2017. Para ello se ha establecido un ambicioso programa de incentivos económicos a los productores.

El crecimiento de la demanda mundial de agrocombustibles ha reducido la producción de granos, reconvertido los cultivos en amplias superficies agrícolas y disparado los precios. La población mundial consume directamente menos de la mitad de los granos que se cosechan. El resto sirve para alimentar vacas y vehículos motorizados.

El incremento en el precio del petróleo ha subido los costos de producción agrícola. El modelo preponderante es adicto al oro negro. No puede sembrar sin él. Los fertilizantes y parte de los agroquímicos utilizados en las cosechas son hechos con petróleo. La maquinaria y los vehículos para sembrar, cosechar, procesar, almacenar y transportar necesitan combustibles y aceites provenientes de refinados del petróleo. Parte de la energía eléctrica requerida para extraer agua y regar los sembradíos se genera con derivados del petróleo. Los plásticos que cubren invernaderos y las mangueras para regar los campos son fabricados con materias primas provenientes del petróleo. Los materiales para envasar y el trasporte hacia los mercados requieren derivados del petróleo. Y todos ellos cuestan más ahora. Plásticos como el polipropileno valen hasta 70 por ciento más que en 2003.

El modelo agrícola industrial preponderante es parcialmente causante del cambio climático. Ahora, esa transformación ha dislocado la agricultura mundial. La tradicional incertidumbre del sector es mucho mayor. El uso excesivo de fertilizantes, la degradación de suelos, la reconversión de terrenos antes forestales y la ganadería han convertido la agricultura en uno de los mayores productores de gases de efecto invernadero. Según el informe Stern, la suma de producción agrícola, cambio de uso del suelo, producción y comercialización de insumos y fabricación de equipos e implementos agropecuarios, son responsables de 41 por ciento del total de gas carbónico que se emite en el mundo.

El clima ha enloquecido y arrastrado la vida rural. La sequía en Australia devastó las siembras de trigo, y las exportaciones cayeron más de 20 por ciento. Canadá, segundo productor mundial después de Estados Unidos, va a tener la producción más pequeña en cinco años. En Kansas se sufrieron nevadas. En China, el calentamiento global acortará el periodo de crecimiento de los cereales y las semillas no tendrán tiempo de madurar. Además, las recientes inundaciones destruyeron 5.5 millones de hectáreas de trigo y colza. Sequías y lluvias amenazan con derrumbar las cosechas por doquier.

El crecimiento económico en países como India y China ha modificado la pauta de consumo alimentario de millones de personas. Hoy comen más, mejor y otro tipo de productos. Por ejemplo, el consumo de carne de vacuno ha aumentado. Pero para producir un kilo de carne de res en pie se necesitan ocho kilos de cereales. Un kilo de carne comestible requiere el doble de cereales. Así, detrás de los millones de hamburguesas que se consumen en el mundo hay más y más sembradíos de granos y oleaginosas para engordar vacas.

El mercado agrícola ha entrado en la órbita financiera. La comida forma parte del casino de la especulación financiera. Ante la crisis de las hipotecas, la debilidad del dólar y la recesión en Estados Unidos, los fondos de inversión se han trasladado al lucrativo negocio del hambre. La comida se ha convertido –mucho más de lo que ya era– en bien para especular. Durante 2007, dichos fondos invirtieron 175 mil millones de dólares en el mercado de futuros (contratos que obligan a comprar o vender una mercancía a un precio y un plazo determinados). Actualmente dominan 40 por ciento de los contratos en la bolsa de valores de Chicago, proporción sin precedente. La compra de soya en ese terreno pasó de 10 millones de toneladas en marzo de 2007 a 21 millones el mismo mes de este año.

Un modelo en crisis

La producción de alimentos es un arma clave y poderosa que Estados Unidos ha aceitado desde hace décadas. Guerra, alimentos y derechos de propiedad intelectual están estrechamente vinculados con la estrategia económica de la Casa Blanca desde los años 70. Desarrollo de la industria militar, producción masiva de granos y patentes han sido pilares de la hegemonía estadunidense en la economía mundial.

La comida es un instrumento de presión imperial. John Block, secretario de Agricultura entre 1981 y 1985, afirmó: “El esfuerzo de algunos países en vías de desarrollo por volverse autosuficientes en la producción de alimentos debe ser un recuerdo de épocas pasadas. Éstos podrían ahorrar dinero importando alimentos de Estados Unidos”.

Los productos agrícolas made in USA son una de las principales mercancías de exportación de ese país. Con su mercado interno saturado está empujando, agresivamente, para abrir las fronteras a sus alimentos. Una de cada tres hectáreas se destina a cultivar productos agropecuarios para exportación. Una cuarta parte del comercio rural la realiza con otros países. Si hasta antes de 1973 los ingresos por las ventas de este sector al exterior fluctuaban alrededor de 10 mil millones de dólares cada año, a partir de entonces aumentan en un promedio anual de 60 mil millones. El éxito se basó, en mucho, en la combinación de apoyos gubernamentales a la producción y al producto, para derrumbar los precios por debajo de los costos de producción, así como en abundantes subsidios a la exportación.

El presidente George W. Bush lo ratificó al firmar la Ley de Seguridad para las Granjas e Inversión Rural de 2002. “Los estadunidenses –dijo– no pueden comer todo lo que los agricultores y rancheros del país producen. Por ello tiene sentido exportar más alimentos. Hoy, 25 por ciento de los ingresos agrícolas estadunidenses provienen de exportaciones, lo cual significa que el acceso a los mercados exteriores es crucial para la sobrevivencia de nuestros agricultores y rancheros. Permítanme ponerlo tan sencillo como puedo: nosotros queremos vender nuestro ganado, maíz y frijoles a la gente en el mundo que necesita comer.”

Sistemáticamente, los organismos financieros multilaterales han promovido la destrucción de la producción agrícola local y la importación de alimentos de las naciones más pobres. El 70 por ciento de los países en desarrollo son ahora importadores netos de alimentos. Sus habitantes viven el asesinato silencioso en masa de esta guerra no declarada.

Aunque los springbreakers del libre comercio, como Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial, insisten en que para superar la crisis hay que hacer más de lo mismo, esto es, liberalizar los mercados, desregular la economía, desarrollar nueva tecnología y dar ayuda alimentaria, el modelo de agricultura industrial y ventajas comparativas comienza a cuartearse. Los estados se han decidido a intervenir en la economía.

Según Economist Intelligence Unit (La Jornada, 29/4/08), “de 58 países cuyas reacciones son seguidas por el Banco Mundial, 48 han impuesto controles, subsidios al consumidor, restricciones a la exportación o aranceles inferiores”. Malawi ha desafiado con éxito el Consenso de Washington y se ha convertido en exportador de granos.

A finales de febrero el presidente Evo Morales aprobó un decreto que prohíbe temporalmente la exportación de varios alimentos, como carne de res y arroz, debido a la escasez en el mercado. La medida también afecta al trigo, el maíz, el azúcar y los aceites comestibles, que Bolivia exportaba a naciones vecinas, cuya carestía en el mercado local disparó los precios. Según el mandatario boliviano, “en la vivencia familiar, cuando sobran nuestros productos, tenemos todo el derecho a vender y exportar; si faltan, estamos en la obligación de garantizar la alimentación familiar”.

Quince países latinoamericanos acordaron en la Cumbre sobre Soberanía y Seguridad Alimentaria declarar la emergencia. Nicolás Maduro, canciller venezolano, propuso crear un “fondo agrícola-petrolero” y un banco latinoamericano de productos agropecuarios. Los gobiernos centroamericanos están desembolsando dinero en efectivo, dando fertilizantes y semillas mejoradas, comprando granos a los campesinos para evitar que los altos precios terminen hundiendo en la miseria a millones de personas.

India ha prohibido que arroz, trigo, garbanzos, papas, caucho y aceite de soya coticen en el mercado de futuros. Rusia ha congelado precios de leche, huevos, aceite y pan. El gobierno chileno entregará un bono equivalente a unos 45.5 dólares a un millón 400 mil familias pobres. Indonesia ha triplicado sus subsidios a los alimentos.

La superficie agrícola llegó, en lo esencial, a su límite. El modelo de revolución verde de los 60 ha alcanzado un tope. Entre los 70 y 90, los rendimientos agrícolas crecieron a un ritmo de 2.2 por ciento al año. Sin embargo, ahora aumentan a una tasa de uno por ciento anual. No hay tierra agrícola suficiente para producir simultáneamente granos para la alimentación humana y para “dar de comer” a los automóviles. Es falso que transgénicos vayan a resolver esa crisis; por el contrario, la agravarán.

Para los pobres del mundo, las noticias no son buenas. El futuro inmediato será de penuria alimentaria y altos precios. No hay perspectiva de comida barata.

El asesinato silencioso en masa que viven hoy las naciones no desarrolladas y sus pueblos debe ser detenido. Ello sólo será posible cambiando drásticamente el actual sistema agroalimentario. La solución al problema está en manos de 450 millones de campesinos minifundistas, a los que, por todos los medios, se ha tratado de expulsar de sus parcelas. Tres cuartas partes de los pobres del mundo sobreviven de la agricultura, y 95 por ciento de los campesinos habitan en países pobres. Es a ellos a quienes debe apoyarse.

También deben impulsarse políticas públicas que defiendan la soberanía alimentaria de las naciones. Cuando sea necesario, los gobiernos deben tener el derecho a cerrar sus fronteras para defender su producción interna, a apoyar a sus productores con los estímulos que consideren convenientes. Hoy, más que nunca, la agricultura debe estar fuera de la Organización Mundial del Comercio.

Como lo saben quienes han vivido guerras, la mayor debilidad de una nación es depender de otras para alimentar a sus ciudadanos. La comida más cara es la que no se tiene.


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Luis Hernández Navarro / La Jornada, 13 de mayo de 2008

México: el suicidio alimentario

Los gigantes minoristas Wall Mart y Costco racionaron la venta de arroz en Estados Unidos. En 593 tiendas Sam’s Club se limitó la adquisición del grano a nueve bolsas de cuatro kilos por persona al día. Aunque ese país consume sólo la mitad del cereal que cosecha, es el cuarto exportador de arroz en el mundo. Otras naciones productoras, como Vietnam, India y Brasil, prohibieron temporalmente su venta al exterior.

México compra a Estados Unidos la mayor cantidad de arroz que consume. No siempre fue así. En 1994, antes de la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), la producción nacional del cereal fue de 373.6 mil toneladas y se importaron 431.8 mil. En 2006 la cosecha fue de 290 mil toneladas, pero la adquisición del exterior se ubicó en 769.1 mil.

¿Qué sucedería en nuestro país si Estados Unidos decidiera comportarse como Wall Mart y Costco y racionara sus ventas de arroz? ¿Qué pasaría si Washington suspendiera sus exportaciones como lo han hecho Vietnam, India y Brasil para dedicar el cereal a la engorda de puercos?

No se trata de preguntas retóricas. Se trata de situaciones factibles. Aunque el Papa haya descontinuado el limbo, el alza en los precios de la comida ha llevado al sistema agroalimentario en su conjunto al lugar adonde van las almas de quienes, antes del uso de la razón, mueren sin el bautismo. En la producción y comercio mundial de granos las cosas ya no son como hace dos años.

El sistema agroalimentario atraviesa una crisis profunda, y los países que no producen sus alimentos sufren la peor parte. El Banco Mundial ha diagnosticado que los precios de los comestibles seguirán al alza en los próximos siete años, y si llegan a descender se quedarán en el nivel que tenían en 2004.

La situación para México es de suma gravedad. Empeñado en seguir una política de ventajas comparativas, ha desmantelado buena parte de su base productiva rural. En lugar de cultivar su comida decidió traerla de otras naciones, argumentando que era más barato hacerlo así. El resultado está a la vista: el país importó durante 2007 productos agropecuarios por un valor de casi 13 mil millones de dólares. Debe pagar por ellos precios muy elevados y adquirir mercancías usualmente de mala calidad, si es que puede conseguirlos en los mercados mundiales...

El saldo ha sido demoledor. El incremento sostenido en el precio de 127 alimentos e insumos agropecuarios que importa el país provocó que el año pasado aumentara en 5 mil millones de dólares el costo de la factura por la compra de estos alimentos. La cifra supera el total de los recursos excedentes por exportaciones de petróleo captados en 2007. Tan sólo en el primer trimestre de 2008 el valor de las importaciones de comestibles es de 3 mil 527 millones de dólares. (La Jornada, 4/5/2008). Vendemos petróleo (que es un bien no renovable) para comprar al exterior lo que podemos producir dentro de nuestro territorio.

Ciertamente, además de cerveza, México también exporta algunos productos agropecuarios. Es el caso de diversas hortalizas, legumbres y frutas. Sin embargo, según el Banco de México, éstas han presentado una tendencia al alza, pero es reciente y mucho menos acentuada.

El alza en el precio de los alimentos ha llevado la inflación a su nivel más alto desde 2005. En abril de este año, de acuerdo con cifras oficiales, alcanzó 4.55 por ciento. El índice de la canasta básica se incrementó 5.25 por ciento. Desde enero de 2006 los comestibles que la integran han aumentado su costo más de 60 por ciento.

Lo más grave de la situación es que, a pesar de la gravedad de la crisis, el gobierno federal está empecinado en conducir al país a una situación de mayor dependencia alimentaria. En lugar de aprovechar la situación para estimular la producción interna de granos y fomentar la pequeña producción campesina, ha tomado medidas para seguir importando comida cara. En vez de sustituir importaciones, las estimula.

No obstante ser un instrumento esencial para combatir la especulación y el desabasto, nuestro país no cuenta con reservas estratégicas de alimentos. El gobierno se comprometió a establecerlas cuando se firmó el pacto de estabilización del precio de la tortilla el año pasado. Pero no lo ha hecho. Eduardo Sojo justificó el incumplimiento por la ausencia de presupuesto.

A pesar de que la producción de agrocombustibles es uno de los factores centrales en el encarecimiento de la comida, la administración federal, en voz de Georgina Kessel, secretaria de Energía, se ha embarcado de lleno en la aventura de fabricarlos. Mientras en todo el mundo se oyen voces que alertan en contra de su promoción, aquí nuestros funcionarios estimulan su elaboración. Según el secretario de Agricultura, Alberto Cárdenas, en 2012 México tendrá más de 300 mil hectáreas destinadas al cultivo de productos de los que se extraen etanol y biodiesel, como la caña de azúcar, el sorgo dulce, el cacahuate o la palma africana. O sea, habrá 300 mil hectáreas para alimentar coches y 300 mil hectáreas menos para dar de comer a las personas.

Aunque sea un magnífico negocio para unos pocos, la política de la dependencia alimentaria de Felipe Calderón amenaza a los mexicanos con mayor escasez, desnutrición y carestía. Nos hace mucho más dependientes del exterior (sobre todo de Estados Unidos) de lo que ya somos, lo que ya es mucho decir.

domingo, 11 de mayo de 2008

Crisis alimentaria, crisis del modelo agrotecnológico

Annette Aurélie Desmarais y Jim Handy* La Jornada 8 de mayo de 2008

La Vía Campesina y la crisis mundial de alimentos

Titulares periodísticos en todo el mundo proclaman la actual crisis global de alimentos. Los precios de los granos básicos se van al cielo e imposibilitan a millones de personas la compra de comida suficiente para sostenerse; en varias partes del mundo estallan disturbios por alimentos y los gobiernos luchan por encontrar salidas rápidas. Entre tanto, conforme el hambre y el miedo al hambre se extienden, agroempresas trasnacionales, especuladores e inversionistas cosechan pingües ganancias.

¿Cuáles son las soluciones a esta crisis? Los partidarios de la globalización neoliberal quieren hacernos creer que la crisis súbita es resultado de “escasez de productos” y “fallas del mercado”. Nos aseguran que la mejor forma de salir adelante es evitar que los gobiernos nacionales intervengan en el mercado, elevar la producción mediante la adopción de semillas modificadas genéticamente, y liberalizar aún más la agricultura y los alimentos. ¡Tal parece que no hemos liberalizado lo suficiente!

En cambio, los campesinos, granjeros y comunidades indígenas del mundo organizados en La Vía Campesina sostienen que la crisis es resultado de décadas de políticas destructivas, que la globalización de un modelo agrícola neoliberal industrial y de capital intensivo es la causa precisa de la crisis actual, y que “ha llegado la hora de la soberanía alimentaria”.

Durante más de 30 años, trazadores de políticas, gobiernos nacionales e instituciones como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial de Comercio impulsaron la restructuración fundamental de las economías nacionales, entonando el mantra de liberación, privatización y desregularización. En la agricultura, esto condujo a un dramático desplazamiento, de producir para el consumo doméstico a producir para la exportación. En el proceso, campos que normalmente se cultivaban con alimentos para la población nacional fueron remplazados por hectáreas de brócolis, chícharos en vaina, mangos, camarones y flores para los mercados del norte. En consecuencia, muchos países en desarrollo que eran autosuficientes en granos básicos son ahora importadores de alimentos.

La restructuración de la agricultura también facilitó su corporativización. Mientras los pequeños agricultores han sido expulsados sistemáticamente de la tierra en el norte y el sur, los consorcios incrementaron su control sobre la cadena alimentaria. Al hacerlo, las agroempresas se han asegurado de quedar en mejor posición para extraer ganancias en cada eslabón de la cadena.

Es este modelo agrícola neoliberal, industrial e impulsado por consorcios el que ha sido globalizado en los 30 años pasados. Es un modelo que trata a los alimentos como cualquier mercancía, presenta la agricultura exclusivamente como un proyecto para obtener ganancias, concentra los recursos productivos en manos de la agroindustria y coloca los alimentos en mercados de futuros. Allí, especuladores hambrientos de ganancias, inversionistas y fondos de riesgo se embolsan millones de dólares mediante frenéticas ofertas y apuestas sobre cambios de precios y predicciones de escasez.

La agricultura se ha alejado de su función primaria: alimentar a seres humanos. Hoy, menos de la mitad de los granos del mundo son consumidos por humanos. Se usan en cambio para alimentar animales y, en fechas más recientes, se convierten en agrocombustibles para alimentar vehículos. Esto es escasez manufacturada por excelencia.

Los programas de ajuste estructural impuestos por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, combinados con los acuerdos comerciales de la OMC, provocaron que las políticas agrícolas y alimentarias estén hoy controladas sólo por un mercado internacional sin rostro. Las políticas nacionales –controles de precios, aranceles, organizaciones de productores– diseñadas para garantizar la viabilidad de los pequeños agricultores y un abasto adecuado de alimentos culturalmente apropiados, mediante el apoyo a la agricultura doméstica, han sido remplazadas por las voraces demandas del “mercado”.

Los mercados nada saben de moralidad, justicia o del derecho básico de las personas a una alimentación adecuada y nutritiva. Los mercados sólo determinan que se vendan los bienes al mejor postor; hoy las personas son superadas por las demandas de los agrocombustibles, por los especuladores, y por el ganado. Si nos guiáramos sólo por el precio, parecería que la agricultura nada tiene que ver con producir alimentos para las personas.

La Vía Campesina, movimiento internacional de agricultores que representa a 149 organizaciones de 56 países, sostiene que la crisis mundial de alimentos demuestra la necesidad desesperada de construir un modelo agrícola esencialmente nuevo, basado en la soberanía alimentaria.

La soberanía alimentaria se enfoca en producir alimentos para las personas, cierra la brecha entre productores y consumidores de alimentos, pone a quienes producen y consumen alimentos en el centro de la toma de decisiones sobre políticas agrícolas y alimentarias, y construye sobre el conocimiento de los proveedores de alimentos.

La Vía Campesina sostiene que la crisis sólo puede resolverse si los gobiernos apoyan la producción campesina y en pequeña escala, reconstruyen sus economías alimentarias nacionales, regulan los mercados internacionales, y si la comunidad internacional respeta, protege y satisface los derechos humanos... en especial el derecho a comer.

No morir de hambre es, después de todo, estricta justicia.

Traducción: Jorge Anaya

* Annette Aurélie Desmarais es profesora asociada de estudios judiciales en la Universidad de Regina, Canadá, y autora del libro La Vía Campesina. Jim Handy es profesor de historia en la Universidad de Saskatchewan, Canadá.






Peter Rosset, La Jornada, 9 de mayo de 2008

La hora de La Vía Campesina

A escala mundial parece que ya llegó la hora de La Vía Campesina Internacional. Por más de 10 años la alianza global de las organizaciones campesinas ha estado construyendo una propuesta alternativa para los sistemas alimentarios de los países, la soberanía alimentaria. El año pasado se constató en el Foro Mundial de la Soberanía Alimentaria, realizado en Malí, que este debate ha venido ganando terreno con otros movimientos sociales, como los de los pueblos indígenas, las mujeres, los consumidores, los ambientalistas, algunos sindicatos, y otros. Pero a nivel de gobiernos y organismos internacionales, había llegado a oídos más o menos sordos. Pero ahora no. La crisis mundial de los precios de los alimentos, que ya ha provocando motines en diversos países de Asia, África y América, está haciendo que todos coloquen atención en este tema.

¿Cuáles son las causas de las alzas extremas de los precios? Hay causas de largo plazo y causas de corto plazo. En cuanto al primero, se destacan los efectos de tres décadas de políticas neoliberales y de comercio libre sobre los sistemas alimentarios. En casi todos los países se ha desmantelado la capacidad productiva nacional de alimentos, sustituyendo una capacidad creciente para producir agroexportaciones, estimulado por enormes subsidios al agronegocio provenientes de los erarios.

Son los sectores campesinos y de agricultura familiar los que alimentan a los pueblos del mundo; los grandes productores tienen vocación de exportar. Pero a los primeros se les han quitado los precios de garantía, los paraestatales de comercialización, los créditos, la asistencia técnica y, sobre todo, su mercado, inundado primero por importaciones baratas, y una vez capturados estos mercados nacionales por las empresas trasnacionales, ahora reciben importaciones muy caras.

A la vez, el Banco Mundial y el FMI han obligado a los gobiernos a deshacerse de las reservas de cereales en manos del sector público, haciendo que en el mundo de hoy tengamos uno de los márgenes más estrechos en la historia reciente entre reservas y demanda, lo cual provoca el alza y la volatilidad de los precios. O sea que los países casi no tienen ya ni reservas ni capacidad productiva, y son dependientes de las importaciones, que ahora suben de precio. Otras causas de largo plazo, pero en menor escala, son los cambios en los patrones de consumo en algunos países, como la preferencia por carne por encima de dietas vegetarianas.

Entre las causas de corto plazo, la más importante es la entrada repentina del capital financiero especulativo, los llamados fondos de riesgo o hedge funds, en las bolsas de los contratos a futuro de los cereales y otros alimentos, los llamados commodities. Con el colapso de la burbuja artificial del mercado inmobiliario de Estados Unidos, su ya desesperada búsqueda de nuevas oportunidades de inversión lo hizo descubrir estas bolsas de alimentos. Es atraído por la volatilidad de cualquier mercado, ya que toma sus ganancias tanto en las subidas como en las bajadas, apostando como si fuera un casino. Apostando, pues, con la comida de la gente. Estos fondos hasta ahora han inyectado unos 70 mil millones de dólares extras a los precios de los commodities, inflando una burbuja que coloca los alimentos fuera del alcance de los pobres. Y cuando la burbuja entra en su inevitable colapso, va a quebrar a millones de agricultores del mundo entero.

Otro factor en el corto plazo ha sido el boom de los agrocombustibles, que compiten por área de siembra con los cultivos alimenticios y el ganado. En Filipinas, por ejemplo, el gobierno ha firmado acuerdos que comprometen una área de siembra para agrocombustibles equivalente a la mitad del área sembrada de arroz, alimento principal de su población. Debe ser considerado un crimen contra la humanidad alimentar a coches en lugar de personas.

También, el alza mundial de los costos de los insumos agroquímicos, como resultado del precio alto de petróleo, es un factor contribuyente a corto plazo. Otros factores recientes incluyen sequías en algunos países, y los esfuerzos del sector privado reaccionario, conspirando con la CIA y las trasnacionales, para exportar los alimentos de Venezuela, Bolivia y Argentina, generando escasez artificial como manera de desestabilizar sus gobiernos.

Frente a todo este panorama, y sus implicaciones futuras, se destaca una sola propuesta que esté a la altura del reto. Bajo la soberanía alimentaria los movimientos sociales, y un número creciente de gobiernos progresistas o semiprogresistas, proponen re-regular los mercados de alimentos que fueron desregulados por el neoliberalismo. E inclusive, regularlos mejor que antes, con una real gestión de la oferta, haciendo posible encontrar precios que sean justos tanto para los productores como para los consumidores.

Esto significa volver a proteger la producción nacional de los países, tanto contra el dumping de alimentos importados con precios artificialmente baratos, que socava la producción nacional, como de alimentos artificialmente caros, como ahora. Significa reconstituir las reservas públicas de cereales y las paraestatales de comercialización, ahora en versiones mejoradas, con la participación fundamental de las organizaciones campesinas en su gestión, quitando a las trasnacionales el control sobre nuestra comida. También incentivar la recuperación de la capacidad productiva nacional, proveniente del sector campesino y familiar, por medio de los presupuestos públicos, los precios de garantía, los créditos y otros apoyos, y la reforma agraria genuina. Urge la reforma agraria en muchos países para reconstruir al sector campesino y familiar, cuya vocación es producir alimentos, ya que el latifundio y el agronegocio suelen producir sólo para coches y para la exportación. Y se tienen que implementar controles, como han hecho algunos países en los últimos días, contra la exportación forzosa de alimentos que son requeridos por la población nacional.

Además, urge hacer un cambio de la actual tecnología en la producción, hacia una agricultura basada en los principios de la agroecología, sustentable, una producción agrícola que parta del respeto y del equilibrio con las condiciones naturales, la cultura local y los saberes tradicionales. Está demostrado que los sistema de producción agroecológicos pueden ser hasta más productivos, resisten mejor las sequías y otros cambios climáticos, y que por su bajo uso de recursos energéticos son más sustentables económicamente. Porque ya no podemos tener el lujo de alimentos cuyos precios estén vinculados al petróleo, ni mucho menos dañar la productividad futura de los suelos por medio de la agricultura industrial de grandes extensiones de monocultivos mecanizados y llenos de venenos y transgénicos.

En fin, ya llegó la hora de La Vía Campesina y la soberanía alimentaria. No hay más remedio para alimentar al mundo, y nos corresponde a todos y todas movilizarnos en masa para asegurar los cambios tan necesarios de políticas públicas a escala nacional e internacional.



Alejandro Nadal La Jornada 7 de mayo de 2008

Crisis alimentaria: ganancias para buitres

El mundo vive una crisis inédita: los precios de todos los alimentos básicos y en especial de los tres principales cultivos en el mundo: maíz, arroz y trigo, se han duplicado en los últimos 20 meses. Lo mismo sucedió con los costos de aceites comestibles, frutas y verduras. Las consecuencias son devastadoras para los 3 mil millones de pobres (la mitad de la población mundial) que viven con dos dólares diarios y que hoy gastan 80 por ciento de su ingreso en alimentos.

Los medios de comunicación explican la crisis por algunas sequías, la demanda en China e India, y el desvío de tierras para agrocombustibles. Con estas “explicaciones”, los promotores del modelo agropecuario neoliberal aprovechan la coyuntura para impulsar políticas que son más de lo mismo: más apertura comercial y mayor difusión a las nuevas tecnologías (como los transgénicos). Por eso Robert Zoellick propone que ahora sí hay que relanzar la Ronda de Doha, y Pascal Lamy, director de la Organización Mundial de Comercio (OMC), afirma que sólo la Ronda de Doha puede estabilizar la situación actual. Los brujos del libre comercio han hablado.

Pero la realidad es terca frente a la brujería. Hoy sabemos que la oferta sigue siendo superior a la demanda de alimentos: desde 1961 la producción mundial de cereales se triplicó, mientras que la población se duplicó. Y en 2007 la producción mundial de cereales superó los 2 mil 300 millones de toneladas (un crecimiento de 4 por ciento en relación con el año anterior). Entonces, ¿por qué el aumento de precios?

Esta crisis es resultado de tres décadas de políticas equivocadas para el sector agrícola a escala mundial. Esas políticas erosionaron la capacidad productiva de millones de campesinos y productores independientes en el mundo, con un altísimo costo ambiental que pagarán las generaciones futuras. También dislocaron las redes de comercialización mundial y socavaron la soberanía alimentaria de familias y comunidades rurales en todo el planeta.

La apertura comercial permitió a los países ricos inundar los mercados de las naciones pobres con sus productos agrícolas, altamente subsidiados y a precios artificialmente bajos. También abrió el mercado de tierras y permitió su concentración en pocas manos. Al mismo tiempo, se retiró el apoyo gubernamental al campesinado en un contexto de política macroeconómica dictado por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

La soberanía alimentaria se abandonó como objetivo y se impulsó la concentración de poder económico en manos de unos cuantos jugadores. El resultado fue que los productores locales sufrieron un ataque con fuego cruzado y los beneficiarios fueron los grandes consorcios comercializadores y procesadores de granos y aceites a escala planetaria. La concentración de poder en unos cuantos grupos corporativos gigantes ha propiciado la especulación, así como la manipulación de inventarios y precios. Eso explica los recientes aumentos en las ganancias de Cargill (86 por ciento en el primer trimestre de 2008), ADM (67 por ciento en 2007), Monsanto (44 por ciento), Bunge (49 por ciento en 2007) y Syngenta (28 por ciento en 2007). Mientras los pobres del mundo gimen adoloridos, los buitres afilan sus garras.

La OMC jamás quiso ocuparse de esto. Frente al uso regular de prácticas desleales de comercio, ese organismo debió haber impulsado un acuerdo mundial para contrarrestar los efectos nocivos de la concentración de poder de mercado. En lugar de hacerlo, simplemente desvió la mirada hacia la tierra prometida de los beneficios ilusorios de la apertura comercial.

La crisis revela que el modelo agropecuario neoliberal está en bancarrota. La alternativa está en una agricultura social y ambientalmente responsable. Las organizaciones civiles (comenzando con Vía Campesina) lo saben. La tecnología de esta producción sustentable está disponible y el abanico de políticas económicas alternativas es conocido. Los que no están listos son los gobiernos y sus funcionarios entregados a las grandes corporaciones.



Gustavo Duch Guillot*

Palabrería

Notaba que las rodillas le temblaban, quería levantarse inmediatamente, pero aún no era su turno. Se recolocaba constantemente los cascos de la traducción y miraba curioso al auditorio que tenía enfrente. La gente sentada escuchaba distraída al conferenciante que lo precedía mientras hojeaban el periódico o tecleaban mensajes en el móvil. Para Henry Sarahig, líder campesino indonesio y representante internacional de Vía Campesina, era buena ocasión para trasladar sus experiencias y argumentos. Se trataba de una conferencia internacional de la FAO para resolver el hambre en el mundo.

Para tranquilizarse se concentró en repasar su intervención que llevaba escrita en un papel. En primer lugar iba a plantear el tema candente de la situación de los precios de los alimentos. “Los consumidores de todo el mundo han visto que los precios de los alimentos básicos se han incrementado dramáticamente durante los pasados meses, creando unas extremamente difíciles condiciones de vida, especialmente para las comunidades más pobres. Durante el año pasado, el trigo ha doblado su precio y el maíz ha subido cerca de 50 por ciento. Sin embargo, no hay crisis productiva. Las estadísticas muestran que la producción de cereales nunca ha sido tan alta como en 2007. Los precios se han incrementado porque una parte de la producción es ahora derivada a agrocombustibles y las reservas globales de comida están en su momento más bajo de los últimos 25 años debido a la desregulación de los mercados marcada por la OMC y el clima extremo que han padecido algunos países exportadores como Australia. Pero los precios también se han incrementado porque las compañías financieras especulan con la comida de las personas, ya que anticipan que los precios de los productos agrícolas seguirán subiendo en el futuro próximo. La producción de alimentos, su proceso y su distribución quedarán cada vez más bajo el control de las empresas trasnacionales que monopolizan los mercados”.

Y levantaría el tono de voz para advertir que “no todos los campesinos se benefician de los altos precios. Los precios récord en todo el mundo de los alimentos golpean a los consumidores, pero, contrariamente a lo que se podía esperar, no benefician a todos los productores. Los ganaderos están en crisis debido al aumento del precio de los piensos, los productores de cereal se enfrentan a agudos incrementos de los precios de los fertilizantes, y los campesinos sin tierra y los trabajadores agrícolas no pueden darse el lujo de comprar alimentos. Los campesinos venden sus productos a un precio extremadamente bajo comparado con lo que los consumidores pagan”.

Después profundizaría sobre la trágica realidad de los agrocombustibles industriales, que pueden alimentar coches, pero no personas. “Los agrocombustibles (combustibles producidos a partir de plantas, productos agrícolas y forestales) se presentan como una respuesta a la escasez de combustibles fósiles y al calentamiento global. No obstante, muchos científicos e instituciones reconocen que su energía y su impacto en el medio ambiente serán limitados o incluso negativos. Todo el mundo de los negocios está apresurándose a invertir en este nuevo mercado que está compitiendo directamente con las necesidades alimenticias de las personas. Los agrocombustibles industriales son un sinsentido económico, social y medioambiental. Su desarrollo debe detenerse y la producción agrícola debe enfocarse prioritariamente hacia la alimentación.”

Pensaba que si iba bien de tiempo, debería denunciar también las grandes cantidades de tierra que se están dedicando al cultivo de eucaliptos para la producción rápida de papel, y que como cualquier otro monocultivo sólo genera pobreza. “Los campesinos necesitan la tierra para producir comida para su comunidad y su país. Ha llegado la hora de llevar a cabo auténticas reformas agrarias para permitir que los pequeños campesinos den de comer al mundo.”

Pasaron por fin los 30 minutos que le habían otorgado a cada ponente. Habían hablado ministros de agricultura de diversos países, ministros de desarrollo rural, cargos de la propia FAO y del Banco Mundial. El moderador presentó a Henry indicando que por primera vez en un foro de estas características se contaba con una voz representativa de los campesinos y campesinas, de la agricultura familiar. Pero lamentablemente el tiempo se les había echado encima y el aperitivo los esperaba.

–Le ruego al señor Henry Sarahig que tenga la bondad de concentrar su intervención en ocho minutos– dijo.

“No se preocupe”, expresó Henry. Tomó el papel que llevaba en la mano y se lo llevó a la boca para comerlo. Finalmente lo escupió, y de frente sentenció: “Los agrocombustibles o el papel no se comen. Sus discursos, su palabrería de buenas intenciones, tampoco solucionan nada. Muchas gracias”.

Le sobraron siete minutos.

* Director de Veterinarios Sin Fronteras. España



Neil Harvey La Jornada 10 de agosto de 2007

Alimentación y Vía Campesina

La alimentación se está volviendo tema central en gran parte del mundo. Por ejemplo, en el reciente encuentro con los pueblos zapatistas en Chiapas, los y las representantes de varios movimientos rurales de la red global Vía Campesina compartieron sus análisis de las luchas en el campo. A pesar de las diferencias de cada país, era posible percibir un objetivo común: la defensa de la agricultura campesina como el sustento de una sana, accesible y diversificada alimentación. Al mismo tiempo, en México se inicia una nueva campaña llamada Sin Maíz no Hay País, con el fin de defender la soberanía alimentaria y reactivar al campo (ver la página web www.sinmaiznohaypais.org; para Vía Campesina, ver http://viacampesina.org/main_sp/).

Sabemos que en aquellos países donde un significante porcentaje de la población depende de manera directa del campo, las políticas neoliberales han tenido un impacto muy fuerte, presionando a los campesinos a entrar en los mercados globales en términos muy desventajosos o a simplemente abandonar la agricultura.

Por ejemplo, en India, donde 65 por ciento de la población trabaja en el sector agrícola, Yudvir Singh (de la Unión Campesina Bhartiya Kissan, de India) denunció el hecho de que la apertura comercial haya llevado a una caída de los ingresos de los campesinos. En vez de garantizar mejores precios y salarios, el gobierno sólo ofrece créditos para que compitan con productores de otros países. Sin posibilidades de pagar sus deudas y sin ingresos que les permitieran salir de la pobreza, alrededor de 150 mil campesinos se han suicidiado en India desde 1992. Al mismo tiempo, el gobierno está usando una ley que data de la época colonial para ofrecer las mejores tierras a empresas privadas, reduciendo la cantidad de tierra disponible para producir alimentos y desplazando a más de 100 mil familias campesinas y más de 80 mil trabajadores agrícolas. Este proceso está siendo resistido por un amplio movimiento campesino, rebeliones locales y movimientos armados en el sur del país.

Algo parecido pasa en Brasil, donde el auge de la producción de etanol está llevando a graves conflictos, como señaló Soraia Soriano, del Movimiento dos Sem Terra (MST). Actualmente 46 por ciento de la tierra está en manos de uno por ciento de la población, o sea, la elite agroexportadora, que ha evitado la implementación de la Ley de Reforma Agraria de 1988. El gobierno de Lula se dedica más a promover la inversión en grandes obras de infraestructura y en la exportación de etanol, procesos que desplazan a los trabajadores del campo e incluso a algunos ganaderos que luego abren nuevos terrenos en la selva amazónica. Las mujeres del MST no se quedan con los brazos cruzados, y el 8 de marzo pasado ocuparon varias plantas de etanol en una protesta en contra de la firma de acuerdos entre los gobiernos estadunidense y brasileño para impulsar mayor producción de lo que Frei Betto correctamente ha llamado los necrocombustibles (La Jornada, 5 de agosto).

Por su parte, el representante de la Red Campesina del Norte de Tailandia, Uthai Sa Artchop, contó la historia de lucha regional en contra de los proyectos de monocultivo, la construcción de represas y la tala de los bosques. La resistencia toma la forma no solamente de marchas y protestas, sino también de la promoción de prácticas cotidianas (como la de utilizar saberes tradicionales, la recuperación de suelos y la rotación de cultivos). Tejo Pramono, de la Unión Campesina de Indonesia, notó la gran similitud entre las condiciones económicas y sociales en su país y en México. Al igual que en San Salvador Atenco, en Indonesia los campesinos defendieron sus tierras contra un proyecto de construir un aeropuerto en su localidad. También se organizaron en trabajos colectivos para proveer a las familias alimentos producidos con métodos orgánicos.

Finalmente, en los países más industrializados, lo que queda de la agricultura familiar está siendo marginada por los grandes agronegocios. En Canadá, el nuevo gobierno conservador está debilitando el sistema de precios garantizados a los productores de cereales como el trigo, lo cual ha provocado una demanda legal por parte de la Unión Nacional de Agricultores. En Estados Unidos, el Congreso está discutiendo una nueva legislación que continuaría otorgando subsidios a las grandes compañías de exportación de granos, dejando a un lado la necesidad de apoyar los ingresos y los derechos de los pequeños productores y trabajadores agrícolas migrantes.

En todas partes se ha vuelto imprescindible reconocer los grandes aportes de las comunidades agrarias. Como dijo en Chiapas Dong Uk Min, de la Liga Campesina de Corea, la mera existencia de los seres humanos se debe a los campesinos y las campesinas del mundo. En México la campaña Sin Maíz no Hay País contribuye a esta revaloración y promueve una demanda nacional y global: el derecho a la alimentación.

nharvey@nmsu.edu

lunes, 5 de mayo de 2008

Hambre por Hermann Bellinghausen

Hermann Bellinghausen

Hambre

publicado en La Jornada 5 de mayo de 2008.

1. Nada cuesta más caro que ser pobre. Pregúntele a cualquier verdadero pobre. Ésa es una de las lindezas del capitalismo universal y rampante que, dicen, está en crisis, peligra de recesión, anuncia su propio coco económico. Pero en brutal efecto mariposa, fenómenos como la crisis inmobiliaria de Estados Unidos corren parejos al hambre de millones de personas en Haití. Los estadunidenses en crisis comen más hamburguesas, por la ansiedad de la guerra y las hipotecas, y porque son baratas. Migrantes y pobres engordan en McDonalds y Burger King.

Supongamos que es el año 2008. El agua y la comida, únicos verdaderos problemas de la especie humana, escasean o desaparecen en grandes extensiones territoriales. Hay un mundo de ricos, bastante extendido, donde jamás se enteran de que en Tailandia y Filipinas los graneros de arroz son vigilados por las fuerzas armadas para prevenir los asaltos de hambrientos o traficantes.

Un mundo “de mercado libre” que, programáticamente, a los productores los ha degradado a consumidores, y la clase trabajadora sostiene a los ricos no sólo con su esfuerzo, sino consumiendo lo que los patrones venden. El mundo global del siglo XXI es una gran tienda de raya.

2. Hay lugares de Australia, Asia central, Perú y San Luis Potosí donde hace 10 años no llueve. 10 años. La gente tiende a irse, o morirse.

3. La metáfora última del hambre contremporánea es la pica de Haití. Literalmente, son pastelitos de lodo. Galletas a base de un barro amarillo que proviene de la meseta central de la isla. En los slums de Ciudad del Sol se mezcla con sal y grasa vegetal. Llena la barriga pero no impide la desnutrición ni los dolores intestinales, transmite parásitos y posee toxinas potencialmente mortales. En un país donde millones no producen, ni conocen el dinero, los pobres necesitan pagar hasta por comer tierra. Ahora que es “comestible”, ya encontró dueños, acaparadores y distribuidores para el último peldaño social del planeta. Y los precios de esa arcilla no dejan de subir. Cuesta ya 5 céntimos cada galleta. Más barata que la comida, pero muchos ni siquiera eso pueden pagar.

La isla caribeña, además de tener playas de ensueño turístico y ron de lujo, es “vivo ejemplo del hambre en el mundo”, según Stephen Lendman, investigador del Centro para Investigaciones sobre la Globalización (Chicago). Ni modo, podría decirse.

México no es Haití. Para nada. ¿Quién dice? Ja. Ningún indicador. Además, ojo, aquí-se-combate-a-la-pobreza. El actual gobierno, al igual que el anterior, y el anterior, y el anterior, ha puesto en marcha una decidida estrategia de combate. Como de costumbre se anuncia frontal, implacable, sin dar cuartel ni escatimar recursos. No queda claro si es contra la pobreza o contra los pobres. Desde las anteojeras del poder no son fáciles de distinguir.

El insultante número de ricos que “tenemos” en México, y los tamaños de “su” riqueza, se deben a su capacidad de expoliación, explotación, venta del territorio y lo que lleva incluido. Esa capacidad ilimitada de hacer dinero produce el paradójico efecto de convertir tan rica nación en la más desigual y con más pobres sin horizonte en el continente. Después de Haití.

El nuevo combate a la pobreza establece por ejemplo que los pescadores dejen de pescar; que la gente que come maíz, que es de maíz, deje de cultivarlo. Que compren el maíz, el pescado. Desaparecen la producción y las fuentes de trabajo, y crece la necesidad de dinero. En vista de que dinero y trabajo son necesarios, la gente migra. Para fines presupuestales y demográficos, esa gente también desaparece.

Cada pobre que emigra es un pobre menos. Y además, ¡oh maravilla de capitalismo!, como migrante genera divisas, fortalece la economía del país donde ya no existe y su dinero va a dar a los bolsillos de los que lo echaron del país. Negocio redondo.

Por eso, ¡duro con la pobreza! Vamos a combatirla de una vez por todas. Aunque, un momento (“aguarda”, como dicen las series dobladas de televisión). Se necesita que haya pobres. Su hambre es motor del progreso. Sin ellos ¿quién comprará? ¿Quién pagará los platos rotos? ¿Cómo se mantendría la fenomenal industria que es combatirlos?

Su hambre es el nuevo gran negocio. Igual que los rentabilísimos desastres, el secreto es provocarla, administrarla y combatirla. Ya no sólo el petróleo, las armas y los diamantes valen oro. Ahora el agua, el aire, el lodo. Y el último grito de la moda: el hambre.

....espacio para no olvidar ....

.... la memoria es, ya, una esperanza....

... Memorial de Agravios... para muestra, basta un espejo...

... civiles asesinados durante la guerra en irak ...

... por ustedes rebeldes, rebeldes seremos...

... por ustedes rebeldes, rebeldes seremos...
Foto de Pedro Valtierra