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Llamamos a todos y a todas no a soñar, sino a algo más simple y definitivo, los llamamos a despertar. - Sup Marcos (1/enero/1999)

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“Porque en el fondo, uno ama al mundo a partir de la certeza que este mundo, triste mundo convertido en campo de concentración, contiene otro mundo posible. O sea, que el horror está embarazado de maravilla.” -Eduardo Galeano

domingo, 11 de mayo de 2008

Crisis alimentaria, crisis del modelo agrotecnológico

Annette Aurélie Desmarais y Jim Handy* La Jornada 8 de mayo de 2008

La Vía Campesina y la crisis mundial de alimentos

Titulares periodísticos en todo el mundo proclaman la actual crisis global de alimentos. Los precios de los granos básicos se van al cielo e imposibilitan a millones de personas la compra de comida suficiente para sostenerse; en varias partes del mundo estallan disturbios por alimentos y los gobiernos luchan por encontrar salidas rápidas. Entre tanto, conforme el hambre y el miedo al hambre se extienden, agroempresas trasnacionales, especuladores e inversionistas cosechan pingües ganancias.

¿Cuáles son las soluciones a esta crisis? Los partidarios de la globalización neoliberal quieren hacernos creer que la crisis súbita es resultado de “escasez de productos” y “fallas del mercado”. Nos aseguran que la mejor forma de salir adelante es evitar que los gobiernos nacionales intervengan en el mercado, elevar la producción mediante la adopción de semillas modificadas genéticamente, y liberalizar aún más la agricultura y los alimentos. ¡Tal parece que no hemos liberalizado lo suficiente!

En cambio, los campesinos, granjeros y comunidades indígenas del mundo organizados en La Vía Campesina sostienen que la crisis es resultado de décadas de políticas destructivas, que la globalización de un modelo agrícola neoliberal industrial y de capital intensivo es la causa precisa de la crisis actual, y que “ha llegado la hora de la soberanía alimentaria”.

Durante más de 30 años, trazadores de políticas, gobiernos nacionales e instituciones como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial de Comercio impulsaron la restructuración fundamental de las economías nacionales, entonando el mantra de liberación, privatización y desregularización. En la agricultura, esto condujo a un dramático desplazamiento, de producir para el consumo doméstico a producir para la exportación. En el proceso, campos que normalmente se cultivaban con alimentos para la población nacional fueron remplazados por hectáreas de brócolis, chícharos en vaina, mangos, camarones y flores para los mercados del norte. En consecuencia, muchos países en desarrollo que eran autosuficientes en granos básicos son ahora importadores de alimentos.

La restructuración de la agricultura también facilitó su corporativización. Mientras los pequeños agricultores han sido expulsados sistemáticamente de la tierra en el norte y el sur, los consorcios incrementaron su control sobre la cadena alimentaria. Al hacerlo, las agroempresas se han asegurado de quedar en mejor posición para extraer ganancias en cada eslabón de la cadena.

Es este modelo agrícola neoliberal, industrial e impulsado por consorcios el que ha sido globalizado en los 30 años pasados. Es un modelo que trata a los alimentos como cualquier mercancía, presenta la agricultura exclusivamente como un proyecto para obtener ganancias, concentra los recursos productivos en manos de la agroindustria y coloca los alimentos en mercados de futuros. Allí, especuladores hambrientos de ganancias, inversionistas y fondos de riesgo se embolsan millones de dólares mediante frenéticas ofertas y apuestas sobre cambios de precios y predicciones de escasez.

La agricultura se ha alejado de su función primaria: alimentar a seres humanos. Hoy, menos de la mitad de los granos del mundo son consumidos por humanos. Se usan en cambio para alimentar animales y, en fechas más recientes, se convierten en agrocombustibles para alimentar vehículos. Esto es escasez manufacturada por excelencia.

Los programas de ajuste estructural impuestos por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, combinados con los acuerdos comerciales de la OMC, provocaron que las políticas agrícolas y alimentarias estén hoy controladas sólo por un mercado internacional sin rostro. Las políticas nacionales –controles de precios, aranceles, organizaciones de productores– diseñadas para garantizar la viabilidad de los pequeños agricultores y un abasto adecuado de alimentos culturalmente apropiados, mediante el apoyo a la agricultura doméstica, han sido remplazadas por las voraces demandas del “mercado”.

Los mercados nada saben de moralidad, justicia o del derecho básico de las personas a una alimentación adecuada y nutritiva. Los mercados sólo determinan que se vendan los bienes al mejor postor; hoy las personas son superadas por las demandas de los agrocombustibles, por los especuladores, y por el ganado. Si nos guiáramos sólo por el precio, parecería que la agricultura nada tiene que ver con producir alimentos para las personas.

La Vía Campesina, movimiento internacional de agricultores que representa a 149 organizaciones de 56 países, sostiene que la crisis mundial de alimentos demuestra la necesidad desesperada de construir un modelo agrícola esencialmente nuevo, basado en la soberanía alimentaria.

La soberanía alimentaria se enfoca en producir alimentos para las personas, cierra la brecha entre productores y consumidores de alimentos, pone a quienes producen y consumen alimentos en el centro de la toma de decisiones sobre políticas agrícolas y alimentarias, y construye sobre el conocimiento de los proveedores de alimentos.

La Vía Campesina sostiene que la crisis sólo puede resolverse si los gobiernos apoyan la producción campesina y en pequeña escala, reconstruyen sus economías alimentarias nacionales, regulan los mercados internacionales, y si la comunidad internacional respeta, protege y satisface los derechos humanos... en especial el derecho a comer.

No morir de hambre es, después de todo, estricta justicia.

Traducción: Jorge Anaya

* Annette Aurélie Desmarais es profesora asociada de estudios judiciales en la Universidad de Regina, Canadá, y autora del libro La Vía Campesina. Jim Handy es profesor de historia en la Universidad de Saskatchewan, Canadá.






Peter Rosset, La Jornada, 9 de mayo de 2008

La hora de La Vía Campesina

A escala mundial parece que ya llegó la hora de La Vía Campesina Internacional. Por más de 10 años la alianza global de las organizaciones campesinas ha estado construyendo una propuesta alternativa para los sistemas alimentarios de los países, la soberanía alimentaria. El año pasado se constató en el Foro Mundial de la Soberanía Alimentaria, realizado en Malí, que este debate ha venido ganando terreno con otros movimientos sociales, como los de los pueblos indígenas, las mujeres, los consumidores, los ambientalistas, algunos sindicatos, y otros. Pero a nivel de gobiernos y organismos internacionales, había llegado a oídos más o menos sordos. Pero ahora no. La crisis mundial de los precios de los alimentos, que ya ha provocando motines en diversos países de Asia, África y América, está haciendo que todos coloquen atención en este tema.

¿Cuáles son las causas de las alzas extremas de los precios? Hay causas de largo plazo y causas de corto plazo. En cuanto al primero, se destacan los efectos de tres décadas de políticas neoliberales y de comercio libre sobre los sistemas alimentarios. En casi todos los países se ha desmantelado la capacidad productiva nacional de alimentos, sustituyendo una capacidad creciente para producir agroexportaciones, estimulado por enormes subsidios al agronegocio provenientes de los erarios.

Son los sectores campesinos y de agricultura familiar los que alimentan a los pueblos del mundo; los grandes productores tienen vocación de exportar. Pero a los primeros se les han quitado los precios de garantía, los paraestatales de comercialización, los créditos, la asistencia técnica y, sobre todo, su mercado, inundado primero por importaciones baratas, y una vez capturados estos mercados nacionales por las empresas trasnacionales, ahora reciben importaciones muy caras.

A la vez, el Banco Mundial y el FMI han obligado a los gobiernos a deshacerse de las reservas de cereales en manos del sector público, haciendo que en el mundo de hoy tengamos uno de los márgenes más estrechos en la historia reciente entre reservas y demanda, lo cual provoca el alza y la volatilidad de los precios. O sea que los países casi no tienen ya ni reservas ni capacidad productiva, y son dependientes de las importaciones, que ahora suben de precio. Otras causas de largo plazo, pero en menor escala, son los cambios en los patrones de consumo en algunos países, como la preferencia por carne por encima de dietas vegetarianas.

Entre las causas de corto plazo, la más importante es la entrada repentina del capital financiero especulativo, los llamados fondos de riesgo o hedge funds, en las bolsas de los contratos a futuro de los cereales y otros alimentos, los llamados commodities. Con el colapso de la burbuja artificial del mercado inmobiliario de Estados Unidos, su ya desesperada búsqueda de nuevas oportunidades de inversión lo hizo descubrir estas bolsas de alimentos. Es atraído por la volatilidad de cualquier mercado, ya que toma sus ganancias tanto en las subidas como en las bajadas, apostando como si fuera un casino. Apostando, pues, con la comida de la gente. Estos fondos hasta ahora han inyectado unos 70 mil millones de dólares extras a los precios de los commodities, inflando una burbuja que coloca los alimentos fuera del alcance de los pobres. Y cuando la burbuja entra en su inevitable colapso, va a quebrar a millones de agricultores del mundo entero.

Otro factor en el corto plazo ha sido el boom de los agrocombustibles, que compiten por área de siembra con los cultivos alimenticios y el ganado. En Filipinas, por ejemplo, el gobierno ha firmado acuerdos que comprometen una área de siembra para agrocombustibles equivalente a la mitad del área sembrada de arroz, alimento principal de su población. Debe ser considerado un crimen contra la humanidad alimentar a coches en lugar de personas.

También, el alza mundial de los costos de los insumos agroquímicos, como resultado del precio alto de petróleo, es un factor contribuyente a corto plazo. Otros factores recientes incluyen sequías en algunos países, y los esfuerzos del sector privado reaccionario, conspirando con la CIA y las trasnacionales, para exportar los alimentos de Venezuela, Bolivia y Argentina, generando escasez artificial como manera de desestabilizar sus gobiernos.

Frente a todo este panorama, y sus implicaciones futuras, se destaca una sola propuesta que esté a la altura del reto. Bajo la soberanía alimentaria los movimientos sociales, y un número creciente de gobiernos progresistas o semiprogresistas, proponen re-regular los mercados de alimentos que fueron desregulados por el neoliberalismo. E inclusive, regularlos mejor que antes, con una real gestión de la oferta, haciendo posible encontrar precios que sean justos tanto para los productores como para los consumidores.

Esto significa volver a proteger la producción nacional de los países, tanto contra el dumping de alimentos importados con precios artificialmente baratos, que socava la producción nacional, como de alimentos artificialmente caros, como ahora. Significa reconstituir las reservas públicas de cereales y las paraestatales de comercialización, ahora en versiones mejoradas, con la participación fundamental de las organizaciones campesinas en su gestión, quitando a las trasnacionales el control sobre nuestra comida. También incentivar la recuperación de la capacidad productiva nacional, proveniente del sector campesino y familiar, por medio de los presupuestos públicos, los precios de garantía, los créditos y otros apoyos, y la reforma agraria genuina. Urge la reforma agraria en muchos países para reconstruir al sector campesino y familiar, cuya vocación es producir alimentos, ya que el latifundio y el agronegocio suelen producir sólo para coches y para la exportación. Y se tienen que implementar controles, como han hecho algunos países en los últimos días, contra la exportación forzosa de alimentos que son requeridos por la población nacional.

Además, urge hacer un cambio de la actual tecnología en la producción, hacia una agricultura basada en los principios de la agroecología, sustentable, una producción agrícola que parta del respeto y del equilibrio con las condiciones naturales, la cultura local y los saberes tradicionales. Está demostrado que los sistema de producción agroecológicos pueden ser hasta más productivos, resisten mejor las sequías y otros cambios climáticos, y que por su bajo uso de recursos energéticos son más sustentables económicamente. Porque ya no podemos tener el lujo de alimentos cuyos precios estén vinculados al petróleo, ni mucho menos dañar la productividad futura de los suelos por medio de la agricultura industrial de grandes extensiones de monocultivos mecanizados y llenos de venenos y transgénicos.

En fin, ya llegó la hora de La Vía Campesina y la soberanía alimentaria. No hay más remedio para alimentar al mundo, y nos corresponde a todos y todas movilizarnos en masa para asegurar los cambios tan necesarios de políticas públicas a escala nacional e internacional.



Alejandro Nadal La Jornada 7 de mayo de 2008

Crisis alimentaria: ganancias para buitres

El mundo vive una crisis inédita: los precios de todos los alimentos básicos y en especial de los tres principales cultivos en el mundo: maíz, arroz y trigo, se han duplicado en los últimos 20 meses. Lo mismo sucedió con los costos de aceites comestibles, frutas y verduras. Las consecuencias son devastadoras para los 3 mil millones de pobres (la mitad de la población mundial) que viven con dos dólares diarios y que hoy gastan 80 por ciento de su ingreso en alimentos.

Los medios de comunicación explican la crisis por algunas sequías, la demanda en China e India, y el desvío de tierras para agrocombustibles. Con estas “explicaciones”, los promotores del modelo agropecuario neoliberal aprovechan la coyuntura para impulsar políticas que son más de lo mismo: más apertura comercial y mayor difusión a las nuevas tecnologías (como los transgénicos). Por eso Robert Zoellick propone que ahora sí hay que relanzar la Ronda de Doha, y Pascal Lamy, director de la Organización Mundial de Comercio (OMC), afirma que sólo la Ronda de Doha puede estabilizar la situación actual. Los brujos del libre comercio han hablado.

Pero la realidad es terca frente a la brujería. Hoy sabemos que la oferta sigue siendo superior a la demanda de alimentos: desde 1961 la producción mundial de cereales se triplicó, mientras que la población se duplicó. Y en 2007 la producción mundial de cereales superó los 2 mil 300 millones de toneladas (un crecimiento de 4 por ciento en relación con el año anterior). Entonces, ¿por qué el aumento de precios?

Esta crisis es resultado de tres décadas de políticas equivocadas para el sector agrícola a escala mundial. Esas políticas erosionaron la capacidad productiva de millones de campesinos y productores independientes en el mundo, con un altísimo costo ambiental que pagarán las generaciones futuras. También dislocaron las redes de comercialización mundial y socavaron la soberanía alimentaria de familias y comunidades rurales en todo el planeta.

La apertura comercial permitió a los países ricos inundar los mercados de las naciones pobres con sus productos agrícolas, altamente subsidiados y a precios artificialmente bajos. También abrió el mercado de tierras y permitió su concentración en pocas manos. Al mismo tiempo, se retiró el apoyo gubernamental al campesinado en un contexto de política macroeconómica dictado por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

La soberanía alimentaria se abandonó como objetivo y se impulsó la concentración de poder económico en manos de unos cuantos jugadores. El resultado fue que los productores locales sufrieron un ataque con fuego cruzado y los beneficiarios fueron los grandes consorcios comercializadores y procesadores de granos y aceites a escala planetaria. La concentración de poder en unos cuantos grupos corporativos gigantes ha propiciado la especulación, así como la manipulación de inventarios y precios. Eso explica los recientes aumentos en las ganancias de Cargill (86 por ciento en el primer trimestre de 2008), ADM (67 por ciento en 2007), Monsanto (44 por ciento), Bunge (49 por ciento en 2007) y Syngenta (28 por ciento en 2007). Mientras los pobres del mundo gimen adoloridos, los buitres afilan sus garras.

La OMC jamás quiso ocuparse de esto. Frente al uso regular de prácticas desleales de comercio, ese organismo debió haber impulsado un acuerdo mundial para contrarrestar los efectos nocivos de la concentración de poder de mercado. En lugar de hacerlo, simplemente desvió la mirada hacia la tierra prometida de los beneficios ilusorios de la apertura comercial.

La crisis revela que el modelo agropecuario neoliberal está en bancarrota. La alternativa está en una agricultura social y ambientalmente responsable. Las organizaciones civiles (comenzando con Vía Campesina) lo saben. La tecnología de esta producción sustentable está disponible y el abanico de políticas económicas alternativas es conocido. Los que no están listos son los gobiernos y sus funcionarios entregados a las grandes corporaciones.



Gustavo Duch Guillot*

Palabrería

Notaba que las rodillas le temblaban, quería levantarse inmediatamente, pero aún no era su turno. Se recolocaba constantemente los cascos de la traducción y miraba curioso al auditorio que tenía enfrente. La gente sentada escuchaba distraída al conferenciante que lo precedía mientras hojeaban el periódico o tecleaban mensajes en el móvil. Para Henry Sarahig, líder campesino indonesio y representante internacional de Vía Campesina, era buena ocasión para trasladar sus experiencias y argumentos. Se trataba de una conferencia internacional de la FAO para resolver el hambre en el mundo.

Para tranquilizarse se concentró en repasar su intervención que llevaba escrita en un papel. En primer lugar iba a plantear el tema candente de la situación de los precios de los alimentos. “Los consumidores de todo el mundo han visto que los precios de los alimentos básicos se han incrementado dramáticamente durante los pasados meses, creando unas extremamente difíciles condiciones de vida, especialmente para las comunidades más pobres. Durante el año pasado, el trigo ha doblado su precio y el maíz ha subido cerca de 50 por ciento. Sin embargo, no hay crisis productiva. Las estadísticas muestran que la producción de cereales nunca ha sido tan alta como en 2007. Los precios se han incrementado porque una parte de la producción es ahora derivada a agrocombustibles y las reservas globales de comida están en su momento más bajo de los últimos 25 años debido a la desregulación de los mercados marcada por la OMC y el clima extremo que han padecido algunos países exportadores como Australia. Pero los precios también se han incrementado porque las compañías financieras especulan con la comida de las personas, ya que anticipan que los precios de los productos agrícolas seguirán subiendo en el futuro próximo. La producción de alimentos, su proceso y su distribución quedarán cada vez más bajo el control de las empresas trasnacionales que monopolizan los mercados”.

Y levantaría el tono de voz para advertir que “no todos los campesinos se benefician de los altos precios. Los precios récord en todo el mundo de los alimentos golpean a los consumidores, pero, contrariamente a lo que se podía esperar, no benefician a todos los productores. Los ganaderos están en crisis debido al aumento del precio de los piensos, los productores de cereal se enfrentan a agudos incrementos de los precios de los fertilizantes, y los campesinos sin tierra y los trabajadores agrícolas no pueden darse el lujo de comprar alimentos. Los campesinos venden sus productos a un precio extremadamente bajo comparado con lo que los consumidores pagan”.

Después profundizaría sobre la trágica realidad de los agrocombustibles industriales, que pueden alimentar coches, pero no personas. “Los agrocombustibles (combustibles producidos a partir de plantas, productos agrícolas y forestales) se presentan como una respuesta a la escasez de combustibles fósiles y al calentamiento global. No obstante, muchos científicos e instituciones reconocen que su energía y su impacto en el medio ambiente serán limitados o incluso negativos. Todo el mundo de los negocios está apresurándose a invertir en este nuevo mercado que está compitiendo directamente con las necesidades alimenticias de las personas. Los agrocombustibles industriales son un sinsentido económico, social y medioambiental. Su desarrollo debe detenerse y la producción agrícola debe enfocarse prioritariamente hacia la alimentación.”

Pensaba que si iba bien de tiempo, debería denunciar también las grandes cantidades de tierra que se están dedicando al cultivo de eucaliptos para la producción rápida de papel, y que como cualquier otro monocultivo sólo genera pobreza. “Los campesinos necesitan la tierra para producir comida para su comunidad y su país. Ha llegado la hora de llevar a cabo auténticas reformas agrarias para permitir que los pequeños campesinos den de comer al mundo.”

Pasaron por fin los 30 minutos que le habían otorgado a cada ponente. Habían hablado ministros de agricultura de diversos países, ministros de desarrollo rural, cargos de la propia FAO y del Banco Mundial. El moderador presentó a Henry indicando que por primera vez en un foro de estas características se contaba con una voz representativa de los campesinos y campesinas, de la agricultura familiar. Pero lamentablemente el tiempo se les había echado encima y el aperitivo los esperaba.

–Le ruego al señor Henry Sarahig que tenga la bondad de concentrar su intervención en ocho minutos– dijo.

“No se preocupe”, expresó Henry. Tomó el papel que llevaba en la mano y se lo llevó a la boca para comerlo. Finalmente lo escupió, y de frente sentenció: “Los agrocombustibles o el papel no se comen. Sus discursos, su palabrería de buenas intenciones, tampoco solucionan nada. Muchas gracias”.

Le sobraron siete minutos.

* Director de Veterinarios Sin Fronteras. España



Neil Harvey La Jornada 10 de agosto de 2007

Alimentación y Vía Campesina

La alimentación se está volviendo tema central en gran parte del mundo. Por ejemplo, en el reciente encuentro con los pueblos zapatistas en Chiapas, los y las representantes de varios movimientos rurales de la red global Vía Campesina compartieron sus análisis de las luchas en el campo. A pesar de las diferencias de cada país, era posible percibir un objetivo común: la defensa de la agricultura campesina como el sustento de una sana, accesible y diversificada alimentación. Al mismo tiempo, en México se inicia una nueva campaña llamada Sin Maíz no Hay País, con el fin de defender la soberanía alimentaria y reactivar al campo (ver la página web www.sinmaiznohaypais.org; para Vía Campesina, ver http://viacampesina.org/main_sp/).

Sabemos que en aquellos países donde un significante porcentaje de la población depende de manera directa del campo, las políticas neoliberales han tenido un impacto muy fuerte, presionando a los campesinos a entrar en los mercados globales en términos muy desventajosos o a simplemente abandonar la agricultura.

Por ejemplo, en India, donde 65 por ciento de la población trabaja en el sector agrícola, Yudvir Singh (de la Unión Campesina Bhartiya Kissan, de India) denunció el hecho de que la apertura comercial haya llevado a una caída de los ingresos de los campesinos. En vez de garantizar mejores precios y salarios, el gobierno sólo ofrece créditos para que compitan con productores de otros países. Sin posibilidades de pagar sus deudas y sin ingresos que les permitieran salir de la pobreza, alrededor de 150 mil campesinos se han suicidiado en India desde 1992. Al mismo tiempo, el gobierno está usando una ley que data de la época colonial para ofrecer las mejores tierras a empresas privadas, reduciendo la cantidad de tierra disponible para producir alimentos y desplazando a más de 100 mil familias campesinas y más de 80 mil trabajadores agrícolas. Este proceso está siendo resistido por un amplio movimiento campesino, rebeliones locales y movimientos armados en el sur del país.

Algo parecido pasa en Brasil, donde el auge de la producción de etanol está llevando a graves conflictos, como señaló Soraia Soriano, del Movimiento dos Sem Terra (MST). Actualmente 46 por ciento de la tierra está en manos de uno por ciento de la población, o sea, la elite agroexportadora, que ha evitado la implementación de la Ley de Reforma Agraria de 1988. El gobierno de Lula se dedica más a promover la inversión en grandes obras de infraestructura y en la exportación de etanol, procesos que desplazan a los trabajadores del campo e incluso a algunos ganaderos que luego abren nuevos terrenos en la selva amazónica. Las mujeres del MST no se quedan con los brazos cruzados, y el 8 de marzo pasado ocuparon varias plantas de etanol en una protesta en contra de la firma de acuerdos entre los gobiernos estadunidense y brasileño para impulsar mayor producción de lo que Frei Betto correctamente ha llamado los necrocombustibles (La Jornada, 5 de agosto).

Por su parte, el representante de la Red Campesina del Norte de Tailandia, Uthai Sa Artchop, contó la historia de lucha regional en contra de los proyectos de monocultivo, la construcción de represas y la tala de los bosques. La resistencia toma la forma no solamente de marchas y protestas, sino también de la promoción de prácticas cotidianas (como la de utilizar saberes tradicionales, la recuperación de suelos y la rotación de cultivos). Tejo Pramono, de la Unión Campesina de Indonesia, notó la gran similitud entre las condiciones económicas y sociales en su país y en México. Al igual que en San Salvador Atenco, en Indonesia los campesinos defendieron sus tierras contra un proyecto de construir un aeropuerto en su localidad. También se organizaron en trabajos colectivos para proveer a las familias alimentos producidos con métodos orgánicos.

Finalmente, en los países más industrializados, lo que queda de la agricultura familiar está siendo marginada por los grandes agronegocios. En Canadá, el nuevo gobierno conservador está debilitando el sistema de precios garantizados a los productores de cereales como el trigo, lo cual ha provocado una demanda legal por parte de la Unión Nacional de Agricultores. En Estados Unidos, el Congreso está discutiendo una nueva legislación que continuaría otorgando subsidios a las grandes compañías de exportación de granos, dejando a un lado la necesidad de apoyar los ingresos y los derechos de los pequeños productores y trabajadores agrícolas migrantes.

En todas partes se ha vuelto imprescindible reconocer los grandes aportes de las comunidades agrarias. Como dijo en Chiapas Dong Uk Min, de la Liga Campesina de Corea, la mera existencia de los seres humanos se debe a los campesinos y las campesinas del mundo. En México la campaña Sin Maíz no Hay País contribuye a esta revaloración y promueve una demanda nacional y global: el derecho a la alimentación.

nharvey@nmsu.edu

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