6 de septiembre de 2012
Carajo, Jairo, Carajo.
Te fuiste, Jairo.
[¿Cómo carajos se le escribe una carta a un niño que ha
muerto? Pinche Jairo, seguro hubieras reclamado que te nombre ‘niño’… carajo si
ya tenías catorce años.]
No te conocí. No he visto esas parede que seguro rayaste en
tu barrio de Santiago. Nunca te vi hacer piruetas desde las rampas en tu
bicicleta.
No te conocí, pero Jairo, seguro te he visto caminando con
ese balanceo de pantalones demasiado amplios; caminando con mirada desafiante
bajo la gorra perfectamente desalineada; caminando por las barrancas del
poniente de mi ciudad… Desde el pesero, creo haber reconocido tus firmas en las
bardas que separan el pueblo de santa fe de este disneylandia donde trabajo.
Jairo, disculpa, aquella noche que me perdí en Santiago no te reconocí… no te
reconocí y preferí cruzar la calle aceleradamente para no toparte de frente.
Jairo, imagino que pocas veces habrás dejado tu barrio cerca de la Estación Central de Santiago, pero tú, cabro chico, no
te perderías en las empinadas calles de Santa Fe ni en los callejones de La
merced. Seguro, choro, banda, seguro ya habrías cruzado la frontera al norte
burlando toda border patrol; habrías bailado reguetón en Los Ángeles, vestido
con jersey gigante de los Dodgers. Sin duda, ya habrías subido fotos al Facebook
haciendo señas clave de pertenencia a tu banda.
En realidad, Jairo, tú eres tantos jóvenes, tantos…
Eres, Jairo, tantos tantos jóvenes de cada uno de esos
barrios bravos, campamentos, favelas, ciudades perdidas (ciudades olvidades)…
de todas y cada una de esas heridas abiertas. Heridas abiertas que cubrimos
tras bardas publicitarias, que no queremos mirar desde nuestras calles
clasemedieras bien iluminadas, cuyo olor a drenaje estancado nos causa
repulsión…
Esas heridas que queremos amputar, extirmar cuando se suben
al camión de Tacubaya a asaltar o los vemos temblorosos con la mona en la
esquina de nuestra mirada o valientes con el fogón en el cinturón o al mirar
dos veces la lágrima negra tatuada en su (tu) rostro.
Eres, Jairo, tantos tantos tantos que viven al límite en nuestras
heridas… personajes de esos cuentos cuyo final conocemos. Te vemos y sacudimos
la cabeza para alejar la imagen de tu final… del final de tu cuento de héroes y
villanos… ¿por qué, Jairo, por qué carajos no podemos cambiar esa pinche historieta?
¿por qué, si conocemos el final, te seguimos dando la espalda? Responde, Jairo,
necesito saber.
¿Cuántos de nuestros setenta mil son tú historia? ¿Cuántos
de ellos eres tú? ¿Cuántos finales de dos piquetes en riñas sin sentido nos
hacen falta, Jairo, para entender que no, no te mereces este final…
Jairo, no te conocí…
Pinche
Jairo…
Buen
camino.
Que tu animita, Jairo,
Perdone
nuestra rendición,
Nuestra
indolencia, nuestra ceguera.
Que tu animita, Jairo,
Nos dé
fuerza pa’ curar tantas nuestras heridas,
Pa’
rescribir estos cuentos de niños cuyo final ya canocemos
Que tu animita, Jairo,
Nos haga
agüita esta pena…
´p
(Gracias, Copia, mi hermano, por rifarte con el video... abrazos...)
1 comentario:
http://www.youtube.com/watch?v=N73sRXVmFIU&feature=related
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