Algunas notas sueltas a un año de Tlatlaya.
Editorial para Zigma en la Política.
8 de julio de 2015.
Pablo Reyna Esteves (@preynae)
:::::::::::::::::::::::
El pasado 30 de junio
se cumplió un año desde que muchos de nosotros escuchamos por primera vez la
palabra, el nombre, Tlatlaya. Como con decenas de otros lugares de nuestro
país, nos enteramos de su existencia justo después de un acto de guerra.
Creímos, creí, entonces, que México sería uno antes y otro después de Tlatlaya.
El mismo pensamiento que tuve con San Fernando, con Villas de Salvarcar, con
Casino Royale, con San Fernando otra vez. Pero no. Aprendimos Tlatlaya antes de resignificar Ayotzinapa, Iguala, Apatzingán. Antes de aprender Tanhuato.
El 30 de junio de
2014, 22 personas fueron abatidas por el ejercito en un rancho del municipio de
Tlatlaya, Estado de México. Las loas a las fuerzas armadas no se hicieron
esperar. La CNDH de entonces hizo como que hizo y retomo la versión oficial,
esa que, ahora sabemos, allá arriba llaman “verdad histórica”, esa que dice que
soldados fueron atacados, que se desató un enfrentamiento, que en su legítima
defensa los soldados abatieron 22 delincuentes, que liberaron 3 mujeres.
Unos días después, y
gracias a investigaciones periodística, ¡necios periodistas!, y los testimonios
de una sobreviviente, ¡necias víctimas!, nos enteramos que la realidad, necia
realidad, no era tal cual nos la habían contado. Nos enteramos que las manchas
de sangre escurriendo de una pared solamente suceden cuando los disparos se
hacen a menos de medio metro de distancia; nos enteramos que los soldados
modificaron la escena, cambiaron de posición los cuerpos de las personas
abatidas, modificaron el lugar donde habían quedado las armas… nos enteramos
que entre 12 y 15 de las personas muertas fueron asesinadas a mansalva, después
de haberse rendido. Aprendimos, junto con Tlatlaya y, meses después con
Ayotzinapa, que el rostro de la guerra que padecemos tiene dos caras: la del
crimen organizado y la del crimen de estado, ese pedazo de rostro que también
llamamos violaciones graves de los derechos humanos.
Vino Ayotzinapa, vino
Apatzingán, vino Tanhuato…
Y un año después,
cuando casi olvidábamos lo aprendido en la nube de la opacidad, la impunidad y
la guerra, el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez, ¡necios
defensores de los derechos humanos!, con la publicación de su informe Tlatlaya a un año: la orden fue abatir,
nos devuelve la oportunidad de construir verdad y justicia en este caso, y a
través de Tlatlaya, construir la verdad y justica para nuestro país, para lo
que queda de nuestro país.
Un informe que hace
pública una Orden General de Operaciones de la Base de Operaciones “San Antonio
del Rosario” y la subsecuente Orden de Relevo y Designación de Mando, emitidas
por el 102 Batallón de Infantería del Ejército Mexicano. Allí, entre órdenes,
evidentemente incumplidas, que van “de la observancia de la ley” al actuar
“conforme a derecho” y haciendo prevalecer “el respeto a los DDHH”, en la
séptima disposición se indica: (cito)
“Las tropas deberán
de operar en la noche en forma masiva y en el día reducir la actividad a fin de
abatir delincuentes en horas de oscuridad, ya que el mayor número de delitos se
comete en ese horario”.
Y esas 38 palabras
develan, desde mi perspectiva, más de lo que el ejército y el gobierno hubieran
querido. Muestran que debajo del camuflaje y las insignias opera un estado de
excepción de facto ordenado y acatado por el ejército. Es decir, los
fusilamientos en Tlatlaya no fueron actos de uno o dos o 10 soldados
corrompidos hasta la médula, apátridas diría alguno, sino que son del
conocimiento de mandos e incentivadas por la opacidad, la impunidad y el
discurso de guerra.
Revela, también, que para
las fuerzas armadas en México hay tres tipos de personas: los buenos, los malos
y los feos, es decir, los propios militares, los delincuentes y las potenciales
víctimas colaterales. Es decir, en esta guerra no declarada, la justicia es la
que se mira desde las mirillas.
Sirva, pues, este
informe para generar un profundo debate público sobre esta guerra, sobre el
ejército, sobre las sistemáticas violaciones a los derechos humanos. Sirva,
pues.