24 de julio de 2012
Hace 12 días que llegué a Santiago. 12 días importantes,
fuerte con muchas emociones, con la vida a flor de piel. Doce días en que
caminos se abren, se bifurcan, se quiebran… doce días de construcción de
caminos… de viajarlos a dedo… caminarlos harto, respirarlos.
Doce días en el sur del mundo no son muchos ni son pocos,
pero doce días después siento que esta pluma no se acomoda, no se deja agarrar
… muevo el cuaderno, lo inclino, me reacomodo en la silla, sacudo los dos o
tres cabellos que ya he tirado…
Hace 12 días que me muevo en el sur del mundo y no he
comprobado si el agua del escusado gira para el otro lado…
Hace 12 días que la cordillera sorprende mi paso por las
calles de Santiago… Así, de pronto, entre los árboles o por el espacio que hay
entre dos edificios se deja ver la inmensa (la infinita), la querida presencia
de las montañas, nevadas, aquí cerca, al alcance del olfato… al alcance del ojo
no acostumbrado (que no quiere acostumbrarse)…
Su querida presencia, su querida omnipresencia… por la
mañana, desde el cerro Santa Lucía (Lucía es un nombre que me gusta), la
cordillera parece de cartón, sin volumen, sin bordes ni contrastes… por la
mañana el aire fresco, frío y esas montañas que a contraluz parecen
de cartón…
¿existen? ¿existen o sólo las he imaginado…? Dime, por
favor…
Más de una vez he tenido que respirar profundo… esa
inmensidad increíble inabarcable insondable se desborda en lágrimas…
Justo en el momento en los que ando distraído por las calles
de Santiago, esas montañas me golpean, se asoman de donde se escondían y
saltan orgullosas coquetas hermosas y me hacen sonreír…. no me dejan olvidar
que llegué, que estoy en el sur del mundo, que por estos días soy un perengano
austral.
Durante este viaje he caminado mucho… demasiado… por fin, 12
días después me siento a escribir…
Entonces.
Algunas (primeras) notas sueltas de un mexicano en Chile
Las calles del centro de Santiago son ordenadas, muchos
peatones, menos tráfico (taco, en shileno) que en México… pocos puestos de
ambulantes (la mayoría de ropa polar para el frío)… los perros callejeros,
siempre atareados persiguiendo autos en avenida Alameda, son mucho más gordos
que sus pares mexicanos (buenos para taco de suadero del metro Insurgentes). Decenas
de personas leen el tarot, algunos gritos molestos de cristianos predicando
infiernos con biblia en mano. Lonchería tras lonchería tras lonchería
ofreciendo completos, vienesas, churrascos, palta mayo (guácala), lomo a lo
pobre (maravilla ésta de comer a lo pobre, es decir, con huevo y cebolla),
cazuela de ave y vacuno. Difícil ha sido conseguir un buen café en esta ciudad,
casi no hay y en la búsqueda se corre el riesgo de adentrarse a ese local
mitológico, como alebrije, que son los cafés con piernas. Alebrijes hechos de
pedazos de animales unidos para crear algo único: un letrero grande que anuncie
‘Café’ más una opción tropicalona: Caribe o Haití; un local amplio y viejo pero
bien cuidado, pisos lustrosos, espejos en las paredes, máquinas de expresso
viejas (de esas rojas), barra bien pulida para tomar el café ; caja registradora
de panadería de barrio mexicano; mal café (quemado y ácido) servido con un
vasito de soda (cosa que me gusta); decenas de clientes varones, trajeados,
fumando, como reunidos en su propia oficina; y el ingrediente secreto: mujeres
grandes en vestidos entallados, escotes pronunciados, mostrando sus piernas
cubiertas en mallas de polar (imaginen a
Yayita de Condorito con 30 años más y sin cintura…). Mujeres que coquetean aunque el cliente sea (como era
mi caso) 25 años menor (…saquen la calculadora, tengo 31 años)… “Chiquillo,
lindo acento, ¿de dónde es usted?”… sobreviví la experiencia.. considere ud. que
yo sólo buscaba un café americano negro y amargo… negro y amargo como la vida,
como el humor…
¡Plop!
Pocos son los olores que las calles de Santiago emiten…
mucho cigarro (me da la impresión que la gente fuma más que en ciudad de
México), algunos callejones y recovecos del centro huelen a orín (muchos menos
que en ciudad de México). No hay esos olores a fritura, carne cociéndose, de
comal en el carbón que las calles chilangas tienen… extraño los olores
impúdicos de tortillería de la esquina… la mezcla viva y podrida que emana de
los tianguis y mercados… tampoco he reconocido el olor a cochambre negro y
pegajoso del metro Tacubaya… ni el olor a sudor de todo un vagón del metro
lleno de trabajadores de manos anchas…
De vez en vez las panaderías llenan de mantequilla el aire,
algo de incienso se vende en metro Baquedano, hojas amarillentas inundan el
polvo en el pasaje del libro de la U de Chile… el ají con vinagre impregna los
comedores y loncherías; los parque tan iluminados que se respiran los árboles
briznados por sus fuentes…
Dos olores acompañarán mis recuerdos: ese olor a aire de
cordillera que destapa la nariz, congela el rostro, abre todos los sentidos
(respirar ese aire hace que los ojos se abran para mirar más, mirar todo todo
lo que se alcance)… Dos olores, ese aire de cordillera y el acaramelado anuncio
de manís garapiñándose (confitándose, dirían acá) en casi cualquier esquina del
centro de Santiago. ¡Qué delicia! Mi perdición. Cacahuates siendo caramelizados
en plena calle (en cazos de cobre) y a la venta, todavía calientes, por 300
pesos la bolsita.
Otro olor más: mercado central, mariscos.. el piso húmedo
del hielo que escurre, las planchas ofreciendo todo tipo de seres marino: con
huesos y ojos, con concha, espinas, suaves, babosos, con exoesqueleto, pinzas,
8 patas, pequeños, gigantes… todos en mariscada y paila… cocidos y fritos;
grises blancos transparentes rojos anaranjados; olores al hielo que escurre en
el mercado de mariscos…
Y el olor de cigarro al despertar después de noche de
terremotos. El vino navegado en clavo y naranja… a anticucho (de dudosa
calidad) de trescientos pesos en la feria del barrio Yungay, el olor a
sopaipilla en la madrugada de Bellavista…
El metro amerita ser mencionado… siempre limpio, ágil, sin
vagoneros… caro, muy caro. La gente respeta los asientos preferenciales. Cada
estación tiene los elevadores necesarios para quienes los requieren. Varias
estaciones tienen bibliotecas públicas que siempre tienen gente (consideren que
acá los libros son un bien de lujo cuyo precio lleva el 20% de impuesto). Hay
zonas de wifi libre. Esa campaña de Santiago en 100 palabras es maravillosa.
Aunque, he de decir, la gente no entiende eso del ‘deje salir antes de entrar’…
He caminado mucho mucho.. no sé… dos o tres horas diarias,
algunos días más. He caminado a todas horas por el centro. He caminado menos
por zonas alejadas. Santiago es una ciudad que me ha gustado mucho. Lo he
disfrutado demasiado. Tiene algo, algo, no sé. ¿qué? ¿el aire? ¿su
tranquilidad? ¿sus paredes todas escritas, dibujadas, graffiteadas?
De las calles de Santiago me gustan sus paredes que gritan
NO+LUCRO; FUERA HINSPETER; Nuestras ideas son a prueba de balas; Encuentra tu
animal (inentendible rayón que se
repetía cada 50 metros en el barrio de Pañalolén); El arte no vale nada sin los
árboles (en las paredes del museo de Bellas Artes); Libertad presos políticos
mapuches; Estudio 5 años y pago 15; Antes el cobre, hoy el litio; decenas y
decenas de murales; stickers de don Ramón y el chapulín; esténciles del
compañero allende y sus lentes; no a la privatización de los mares; esténciles
de manos en puño tomando un lápiz… hasta un ‘antigraffiti’ con el rostro del ‘antipoeta’
Nicanor…
Las paredes gritan ‘ellos tienen los medios, nosotros los
muros’.
De las calles de Santiago me gustan sus paredes que gritan y
sus siempre disponibles botes de basura… las paredes que gritan, los botes de
basura, los semáforos peatonales que se respetan y sus ciclovías. Plaza Brasil y el galpón Víctor Jara, su cueca chora, su
cueca brava y los carabineros solícitos para detener la batucada.
Concedo que Santiago está contenida. Algo transparente pero
fuerte la detiene… como no pudiendo ser lo que se quiere, dices… una ciudad
contenida, respondo… y lo que rompe es detenido por los carabineros
(carabineros a los que alguien llamó). Doce días en Santiago y no he respirado
gas lacrimógeno. Raro, po.
Una ciudad contenida, que privilegia el orden detrás de las
paredes todas rayadas. Una ciudad contenida que de pronto se desborda en
marchas por plaza Italia. Una ciudad que no ofrece comida ambulante a todas
horas en todos lados. Cierto, hace falta la señora de los esquites en plaza
Brasil. A Baquedano le quedaría bien alguien vendiendo globos para los niños.
Sólo he visto algodones de azúcar en San Cristobal. Santiago no conoce la
maravilla de la comida preparada en el tianguis. Aunque ud. no lo crea. Al final
de los pasillos de frutas, verduras, carbón, pescado, más fruta, no hay un
pinche puesto que venda algo de comer. Nada. Ni papas fritas, empanadas o
sopaipillas. Ni dulces, tamales o gorditas. Nada. Ni un anticucho, completo o
churrasco. ¿cómo se alivian las cañas en este lugar? ¿Qué almuerzan los fines
de semana? No le perdono a Santiago que no haya comida en los tianguis (ferias,
dicen acá).
Es una ciudad contenida, pero viva. Ya no aguanta mucho.
Siento que el agua está a punto de ebullir. Una parte de la ciudad sigue
echando hielo, retrasando el momento en que la vida los desborde; llamando a
los guanacos para terminar con la fiesta del roto chileno en plaza Yungay.
Una ciudad contenida por sus guanacos y carabineros y gases
lacrimógenos, pero sobre todo por el santiaguino que toma el teléfono y marca
al 133 para que venga la policía. Pero siento que el dique ya está frágil:
harto patineto, mucho joven y sobre todo demasiadas razones para protestar
(justo en este momento está reunido el #ConsejodeSeguridad para criminalizar la
resistencia mapuche. Criminalizar es un eufemismo, acá los declaran
terroristas)…
Y Allende y Jara y Violeta e Illapú andan y suenan por todos
lados. El imaginario chileno los tiene por todos lados. Pero por debajo de la
mesa se sigue venerando (¿exagero?) siente la presencia Pinochet y la dictadura. La publicidad
del ‘Sí a un país ganador’ utilizada por el gobierno militar durante la campaña
previa al plebiscito del 88 ha arrancado muchos ‘Mierda, conchaesumare’… Aquí
está la presencia fuerte del recuerdo militar. El gobierno militar y la actual
presencia del gobierno de Piñera, de derecha, neolibreal, empresarial y cínica.
¡¡Son hermanos de la misma puta madre los gobiernos de Chile y México!!
Santiago es terreno de lucha entre la memoria, el olvido, el
dolor, el perdón y la esperanza.
Decenas, tal vez, cientos de universidades he visto por
Santiago. Algunas con el slogan ‘Sin Lucro’. Hay una tensión que se siente. Los
actores principales de esta ciudad son su jóvenes, sus estudiantes enarbolando
el derecho a la educación y el fin del lucro como banderas de lucha.
Serán mis ojos de viajero, ojos del que mira todo y todo es
nuevo, ojos esperanzados… serán mis ojos, pero yo veo un Santiago vivo,
viviendo, conociéndose, reconociéndose, abriendo brecha, “ampliando el
horizonte de lo posible, de lo imaginable”.
Y acá, al sur del mundo, al extremo austral de Latinoamérica
hay que aprender a hablar, ¿cachai? Acá weón (hueón escriben los viejos) es
cualquiera, pero webadas no las hacemos todos. Weón es a quién le hablas o de
quién hablas o un pendejo cualquiera. “Puta el weón weón, weón”, es decir “Puta
aquella persona pendeja, fulano”…
Paco es carabinero que es policía. ¿Te tinca? es ¿te agrada? ¿estás de acuerdo? Polola, novia. Po, po es todo, la sonoridad característica del hablar chileno
(shileno, dirían acá). El po da ritmo, confianza, certeza de estar al sur del
mundo.
Un completo es un hotdog; palta, aguacate; tomate, jitomate
(acá no conocen el tomate verde). El queso mantecoso es el manchego. ¿Qué
querí?, ¿qué quieres? Caballero para hablarle a cualquier señor. Mina,
muchacha. Hablan rapidísimo, intercalando cachais, po’s, chuchas y weón(a).
Odian las ‘s’, las pronuncian como ‘j’. Una frutilla y un cuico son fresas
(fruta y persona, respectivamente). Acá no usan chamarras, sino chaquetas. Los
sanitarios son servicios y las taquillas, boleterías. Al emborracharse, en este
sur del mundo, uno se cura; y al curarse le sigue la caña. Las lucas son miles
de pesos. La cresta se parece al un chingo queda hasta la chingada. La pega es el trabajo. Lo cuático
es algo complejo, raro, exagerado, extraño. No hay cafés americanos, sólo
expresos. La vinatería es botillería. Un peñi es un mapuche. Una tortuga ninja,
un granadero. Acá los guanacos no son animales andinos sino camiones lanza agua
que utilizan para dispersar manifestaciones. Lo choro es algo chingón, popular,
valiente, descarado. Tintán es choro, para acabar pronto. A un cigarro le llaman pucho; a un popote, bombilla.
Del weón hay femenino, weona; hay acciones hechas por
weones, las webadas; hay verbo: webear. No me webees, no me jodas.
A un puesto
de periódicos le llaman kiosko. Los niños son cabros chicos y los chavos,
chiquillos.Las palomitas de maíz son cabritas (de choclo); una torta es
un pastel (aquí la inevitable pregunta: ¿qué es la torta de jamón del chavo?);
un sándwich se parece mucho a una torta pero sin nada (hay que pedir el
aguacate, jitomate, cebolla y demás como ‘agregados’). Ave es pollo, vacuno es
res. Maní confitado es cacahuate garapiñado; una tortilla es huevo con papa;
una paila es algo como sartén.
La feria es el mercado, la plaza es un parque. Pides
fueguito para encender un pucho. La vereda es la banqueta… Si se sorprenden
expresan chucha o pucha o mierda… Aunque si te enchuchaste es que te enojaste. Acá,
un hijo de puta es un concha de su madre (aunque dicen onchesumare) y un seco es un chingón…
Y acá terrorista es sinónimo de mapuche…
´p
P.D. Más palabras que faltaron: ají (picante); algo está bacán cuando está chido; queda la cagada cuando queda un desastre; es lo que hay para expresar que hasta allí se pudo; un pingüino es un estudiante secundario que es nivel bachillerato; zapallo es la calabaza naranja; poroto es frijol; chuta lo exclamas con disgusto; algo está la raja es que está bien; te vas a carretear cuando vas de fiesta; la guata es la panza....Karadima es el apellido del Marcial Maciel chileno.