EDITORIAL
PARA ZIGMA EN LA POLÍTICA
ALGUNAS
NOTAS SUELTAS SOBRE LOS MAÍCES MEXICANOS.
Desde
hace por lo menos tres décadas, en México se ha implementado un modelo de
supuesto desarrollo que tiene por único objetivo la maximización de las
ganancias para una clase empresarial y política nacional y trasnacional. Para
alcanzar este objetivo, los gobiernos han abandonado la protección de los
ciudadanos y de sus derechos para transformarse en capataces de hacienda cuya
tarea es asegurarle ganancias al capital. Una de las estrategias utilizadas
para esto es el desmantelamiento de leyes e instituciones que protegían a los
ciudadanos para despojarles de sus derechos o de las condiciones para que estos
derechos puedan ser ejercidos. Esta flexibilización del marco regulatorio del
país se ha dado en prácticamente todos los ámbitos de la vida: la educación, la
salud, la alimentación, la seguridad, el campo, el derecho a la protesta, los
derechos colectivos de los pueblos indígenas, etc., etc. A través de este
proceso, el Estado mexicano funciona, ahora, como garante y protector de los
intereses de las empresas trasnacionales, de los países de origen de las mismas
o de grupos criminales regionales, nacionales e, inclusive, trasnacionales.
México
es uno de los países en el mundo donde se padecen más crudamente las
consecuencias de estas políticas. Los miles de muertos y desaparecidos en esta
guerra por el control del territorio y del mercado de las drogas, el despojo de
los territorios de los pueblos indígenas y campesinos para la implementación de
megaproyectos de infraestructura, la criminalización de la protesta, la
precarización del trabajo, la impunidad y la corrupción son ejemplos claros de
este proceso.
Uno
más de los ámbitos de vida amenazados frente a la expansión de este modelo de
"desarrollo" es el maíz. México es el centro de origen del maíz.
Cientos de variedades de maíz han sido domesticadas y adaptadas por el trabajo
de millones de campesinos desde hace cientos de años. La diversidad cultural de
México, a su vez, ha sido configurada por los maíces de los que nos han
alimentado en cuerpo y espíritu. En México las diversidades de maíz y de
culturas serían imposibles la una sin la otra.
La
guerra contra los maíces nativos no se libra solamente en evitar que el Estado
capataz autorice la siembra de unas cuantas variedades de maíces transgénicos
sino que también se libra en cada una de las semillas nativas que millones de
campesinos mexicanos siguen sembrando, cuidando y seleccionando, se libra en
cada una de las comidas que hacemos y en las que defendemos nuestro gusto por
cada uno de los cientos de platillos distintos que cocinamos con maíz; se libra
también en cada uno de nuestros cuerpos al comer maíces transgénicos crecidos
con agrotóxicos cuyas consecuencias en nuestra salud están en investigación. La
defensa de los maíces mexicanos pasa por la defensa del campo y del agua, de
las semillas y de los campesinos, de nuestra salud y comida. Es, en resumen,
una lucha por la vida.