El sur que no vemos.
Recientemente, en el sur que no vemos
sucede de todo:
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La
Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala, CICIG, coordinó la
detención de la vicepresidenta Baldeti y la prisión preventiva del presidente Molina
por actos de corrupción.
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La
Organización de Estados Americanos (OEA) creó la Misión de Apoyo contra la
Corrupción y la Impunidad en Honduras (MACCIH) para luchar contra la impunidad
en ese país.
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Con
todo y el bloqueo, las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos
paulatinamente se reestablecen.
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En
La Habana, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (las FARC) y el
gobierno colombiano han acordado que después de varias décadas de conflicto
armado firmarán la paz a más tardar en marzo de este año.
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En
Perú se preparan para elegir presidente el próximo abril.
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Brasil
atraviesa por una acentuada crisis económica aderezada de escándalos de
corrupción y con los índices históricos más bajos de aprobación a la labor de
la presidenta Rousseff.
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En
Ecuador, Rafael Correa anunció que no se presentará a un tercer proceso de
reelección en 2017.
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Bachelet,
la presidenta de Chile, enfrenta la acusación de corrupción de su propio hijo,
así como muy bajos índices de aprobación a su mandato.
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En
Bolivia, este 21 de febrero cuando se someta a referéndum la reforma
constitucional que permitiría a Evo Morales buscar su segunda reelección.
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Mauricio
Macri asumió la presidencia argentina después de 13 años de la era kirchnerista
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La
oposición venezolana logró la victoria en las elecciones parlamentarias y, por
lo tanto, el control de la Asamblea Nacional en Venezuela.
La confluencia de estos procesos,
especialmente en América del Sur, han abierto las discusiones sobre los logros,
las limitaciones, el agotamiento y hasta el posible fin del llamado ciclo
progresista. Por ciclo progresista nos referimos al periodo iniciado en 2003 en
el cual gobiernos de izquierdas impulsaron el rescate del papel económico del
Estado, la regulación de algunos segmentos del mercado, así como políticas
sociales fuertes para disminuir la pobreza y la desigualdad entre la población
de varios países de América Latina. Estos progresismos, insertos en el sistema
capitalista, aprovecharon un periodo de precios altos en las materias primas
para financiar sus políticas sociales sin tocar, en su mayoría, la ganancia y
el poder de las clases altas. Entre sus efectos positivos se pueden destacar
los esfuerzos hacia la integración regional y la reducción de la pobreza. Por
el contrario, la dependencia de los extractivismos, la corrupción, el
hiperpresidencialismo y sus enfrentamientos y represión a movimientos sociales
sobresalen entre los impactos negativos.
Las derrotas electorales de los
progresismos en Argentina y Venezuela son una prueba de fuego para dimensionar
cuánto de lo conquistado estos años es irreversible o, en cambio, puede ser
desandado en corto tiempo. La coyuntura amerita el análisis y el reconocimiento
de las limitaciones y equivocaciones de los gobierno progresistas, proceso que
requiere de una apertura que no han mostrado ante las críticas y movilizaciones
de diversos actores, como los pueblos indígenas, a los que han llegado a
reprimir por su oposición a diversos proyectos extractivistas. Podría ser el
tiempo de imaginar y construir una nueva economía que luche contra el hambre
sin destruir el medio ambiente y los modos de vida diversos de Latinoamérica. ¿Pero
cómo lograrlo sin la energía social y popular que los progresismos han
desgastado, desmovilizado e, incluso, dilapidado?
En fin, de todo sucede en este sur
que no vemos.
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