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Editorial para Zigma en la Política del 25 de junio de 2014
Pablo Reyna Esteves (@preynae)
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Tanto las declaraciones
donde el senador panista José María Martínez, presidente de la nueva Comisión
para la Familia y el Desarrollo Humano, afirma que los matrimonios gay son una
moda, que no constituyen una familia o que no deberían de poder adoptar; así
como los dimes y diretes provocados por el grito que la afición mexicana ha
hecho famoso durante el mundial de futbol exhiben a la sociedad mexicana tal
cual es: homofóbica, machista, misógina, discriminadora.
Sí. Este país es
homofóbico, misógino, clasista, racista, violento. Las argumentaciones
decimonónicas del senador Martínez y las que comparan el grito futbolero con
una tradición de relajo tiran la piedra y esconden la mano. Callan frente a los
feminicidios en Juárez, en el Estado de México. Voltean a otro lado frente a
los crímenes de odio contra personas que reivindican sus diversidades sexogenéricas.
Son parte del 40 % de mexicanas y mexicanos que no están dispuestos a vivir con
una persona gay.
De mi parte, aprovecho
para pensar, para pensarme. Aprovecho para aprender que mi identidad
sexogenérica de hombre heterosexual no es la única y que, aunque no lo quiera
ver, social e históricamente se le ha construido con privilegios sobre las
mujeres, las y los homosexuales, las y los transgénero, las y los demás.
Aprovecho para afirmar que mi identidad es una red compleja donde confluyen
muchas líneas, entre ellas lo femenino. Que mis palabras son enunciadas y mis
prácticas realizadas desde este lugar de privilegios y que, aunque no lo quiera
ejerzo violencias que para mi pueden ser invisibles o insignificantes.
Manifiesto que cuando veo en la calle a dos hombres besándose sigo volteando a
ver, sigo sintiendo que algo en mi se trastoca, que algo en mi tiene que ser
derribado y ampliado a las diversidades del mundo. Digo, también, que apenas y
voy conociendo la profundidad de los feminismos incluyentes, de la amplísima
gama sexo-genérica que forma parte de lo que somos como humanos.
Digo, también, que no
podemos seguir cerrando los ojos frente a todo lo diferente mientras callamos
ante las violencias diarias, cotidianas, pero también estructurales y
culturales. Y si mi yo hombre heterosexual debe ser repensado en relación con
las diversidades sexogenéricas, también deben serlo nuestras instituciones,
medios de comunicación, universidades y estados. Y, tal vez sea poco, pero
empecemos por vernos en el espejo que el exhibicionismo decimonónico y futbolero
nos ha puesto de frente para dejar de negar nuestros privilegios,
contradicciones, violencias asentadas en un sistema heteropatriarcal excluyente.
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